100 años de la BBC como tv referente y, las de aquí, no aprenden

La BBC cumple 100 años y la cadena británica lo conmemora sacando en pantalla las mayores pifias de sus presentadores. Esto no se haría nunca en España, debido, creo yo, más que nada, a la arrogancia. Pero también es imposible sentir aquí, no porque no lo queramos, lo que los ingleses valoran de su televisión pública, en el sentido de que representa sus valores, y no es un medio propiedad del gobierno, sino del pueblo. Lo dicho: lo de Reino Unido, no es lo que hay en España, y no será por las veces que se ha pedido independencia y libertad de información. La pelota está en el tejado de recuperar el periodismo serio, de servicio público.   

Me he pasado la profesión de periodista, camino de cuarenta años, oyendo lo de la necesidad de igualar la televisión pública española al formato de la BBC inglesa. ¿Qué tiene el modelo británico? Rebusco en la hemeroteca y me topo con una amplia y muy precisa definición de lo que es aquella televisión: “Para los británicos, la BBC somos nosotros, es una expresión de nuestro sentido del humor, nuestros intereses, nuestros valores. No es propiedad del gobierno, no es propiedad de una empresa privada, es nuestra propiedad”. Son palabras de un profesor de historia de la comunicación de la Universidad de Westminster llamado Jean Seaton. Cuando he llegado a la parte de propiedad del gobierno, al saber este detalle, me ha entrado auténtica desazón de lo destrozada que está la tv española, y así interesa que sea, y así interesa que siga.

Imagínense cómo se comportarían las cadenas españolas, si ocurriera aquí lo que pasa ahora en Reino Unido, con tanto primer ministro cesando y saliendo de la residencia oficial de Downing Street. No quieran ni pensarlo, porque ya tenemos de ejemplo lo que fueron todos los disparates, paparruchadas, y manifestaciones (hablar sin saber), que se pudieron emitir en nuestro país con motivo del fallecimiento de la Reina Isabel II, fuera en canales públicos, lo más grave, como en privados.

Es un hecho constatable: los telespectadores españoles huyen cada vez más de las programaciones de las conocidas como televisiones de ámbito nacional. Desconozco lo que sucede en el ámbito autonómico, a excepción del bochorno de que exista, por como actúa tan sesgadamente, una televisión como TV3.  Sobre el distanciamiento hacia la televisión en España, aunque sigue siendo un medio muy poderoso, razones hay muchas, pero, sin retroceder demasiado en el tiempo, y ciñéndome exclusivamente a estos últimos años de crisis económicas, hay a mi juicio tres causas principales.  

“La BBC no es propiedad del gobierno. Al saber este detalle, me ha entrado desazón de lo destrozada que está la tv española, y así interesa que siga”

La primera es que durante la pandemia de Covid, especialmente en los peores momentos, los medios, y en concreto las televisiones, no han estado a la altura de las circunstancias de lo que se dilucidaba en España y en el mundo en ese momento. Fueron innumerables los informativos diarios que se ponían de perfil ante los datos alterados, de lo que realmente ocurría, y de los fallos gubernamentales para aplacar los miles de muertos habidos por el virus, con familias muy agraviadas que aún esperan respuestas. Las cadenas preferían mostrarnos los muertos de Nueva York, obviando que aquí pasaba lo mismo, o peor. Pero no había imágenes que mostrar. Mientras, los ciudadanos en cuarentena, tenían como mejor medio de información y entretenimiento la televisión, pero veían esto que digo. Así, empezó a cuajarse la desafección del televidente con el mensaje distorsionado que se les presentaba.

Una segunda cuestión, muy relacionada con la anterior, es que la reputación de los telediarios y programas informativos, con tertulianos muy concretos, se ha ido al garete. La cita diaria de muchos españoles con estos espacios informativos era costumbre poco menos que sagrada. Ahora ya no lo es, por la falta de confianza en la propiedad real de los medios, los hilos del poder que los mueven, y no saber discernir ya entre información veraz o interesada. No digamos la riada de noticias falsas en que nos vemos inmersos. La dependencia, además, que tienen ya los medios de las redes sociales, de las que sacan mucha de su información diaria (chismes, sobre todo) abona aún más este campo de confusión y desinformación que aburre y distancia a los ciudadanos, antes bien informados y ahora, a esa pregunta, contestan todo lo contrario.

El control de los medios siempre ha estado en el ojo y la ambición de los poderes políticos. De ahí que una tercera cuestión de la desazón es que la irrupción de nuevas formaciones que cambiaran viejas costumbres se tornó finalmente en gran decepción. A semejanza de cómo piensan los británicos acerca de su BBC, opino que los españoles no sentimos que los medios informativos públicos nos representen realmente, o sean expresión de nuestro sentido de humor, nuestros intereses y nuestros valores. Ese no sentir aumenta con respecto a la influencia decisiva que aquí tiene el gobierno sobre el devenir diario informativo de los medios públicos.

Los periodistas solemos señalar la falta de autocrítica que existe dentro de gobiernos y las administraciones, y la gestión que llevan a cabo sobre las necesidades prioritarias de la sociedad. Cuestión bien distinta es hacerlo nosotros mismos, con el retroceso que se ha producido en España con respecto al más grande de nuestros pilares como es el de la libertad de información. Estamos aplazando demasiado el debate de lo que las tecnologías han cambiado la forma de hacer periodismo serio. Lo mismo puedo decir de la separación de información y publicidad. Y no digamos todo lo que tenemos que hablar de las redes sociales, y su invasión de las redacciones, lo que muchas veces lleva a atender más las peleas que ciertos personajes tienen en Twitter, que reproducir, al modo de que como se nos ha enseñado a hacer periodismo, las noticias de verdad que acontecen a diario. Sí, lo sé. Aquí entran los gustos de los telespectadores, de lectores, de anunciantes y un largo etcétera. Por eso precisamente la profesión tiene que revisar en qué consiste nuestra labor de periodistas, y lo que esperan los ciudadanos de nosotros. Sinceramente, esta confianza está ahora seriamente deteriorada, porque de muchas de las cuestiones y problemas que surgen, de la falta de denuncias, de profundizar en los temas raros, de buscar responsabilidades, de hacer que los que se comportan al margen de la ley dimitan y lo paguen, de todo esto, nos hacen también, hoy, partícipes.  

“La profesión tiene que revisar en qué consiste nuestra labor de periodistas. De problemas y falta de denuncias, nos hacen participes”

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Ley de Protección de Datos para que te llamen al móvil sin cesar

Literalmente, nos acosan en casa o en el móvil, andando por la calle, con todo tipo de llamadas comerciales que cada día nos enfadan más, aunque no hacemos nada al respecto. Puede que incluso muchos ciudadanos desconozcan que en España existe una Ley de Protección de Datos, cuyo desarrollo y ejecución deja mucho que desear, a tenor de lo que padecemos los usuarios. Poner, ponen multas, pero quizás vaya siendo hora de subir el listón, y dar un escarmiento en condiciones, antes de que el actual escenario de invasión diaria en la vida privada de las personas, vaya a peor, debido a la crisis económica y hacer ofertas de todo.

El 30 de diciembre de 2021 se publicaba en los principales periódicos de España que las operadoras de telefonía más importantes habían pactado un nuevo código de conducta. Se desprendía del mismo queno se podía realizar a ninguna casa, o a un móvil, una llamada comercial, antes de las 9.00 horas o después de las 21.00, entre las 15.00 y 16.00 horas, y los fines de semana. ¡Papel mojado! La realidad es que, empresas de lo más diverso, nos molestan a diario, y a todas horas. Sé que me creerán a pies juntillas si les revelo que la hora de comer es cuando números desconocidos más hacen sonar mi móvil, o el de otro familiar o amigo con el que esté en ese momento en la mesa. Aquella España educada en la que, a la hora del almuerzo o después de las diez de la noche, no se molestaba a nadie por teléfono, pasó a la historia hace mucho tiempo.

Desde el año 2018 contamos en España con una Ley de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales, pero parece que, desde su aprobación a nuestros días, solo estamos calentando motores en cuanto a su cumplimiento, ya que es imposible que los ciudadanos estemos más indefensos ante el acoso diario al que nos someten al móvil, para vendernos todo tipo de cuestiones. La pregunta la he oído muchas veces en mi propia casa, escuchándosela a algún familiar: “¿Quién le ha dado a usted mi teléfono particular?”. Al otro lado no hay respuesta, ya que en enseguida te cuelgan para no tener que dar explicaciones sobre por qué hacen lo que no pueden hacer. En realidad, con el denominado spam telefónico no se necesita tener en concreto tu número, aunque el traspaso de información de clientes entre empresas es algo a lo que hay que dar otra vuelta legal en este país, por su mala utilización.

He empezado por el móvil y el teléfono fijo de casa, pero puedo seguir con el correo electrónico, el wasap, el SMS o las grabaciones de video y audio que no se pueden hacer, y que luego irresponsablemente, con toda impunidad, son reproducidas en alguna red social. De esta manera, cuando de base no se cumplen las reglas que nuestros representantes políticos aprueban, nos encontramos con otros problemas de mucho mayor calado y preocupación, como son el acoso, el buylling escolar o la utilización retorcida de fotos, que son literalmente robadas a las personas que aparecen en ellas, y a las que nadie ha pedido permiso para que su imagen sea malamente utilizada.

“Es imposible que los ciudadanos estemos más indefensos ante el acoso al que nos someten al móvil, para vendernos todo tipo de cuestiones”

Como quiera que muchas de estas molestas llamadas provienen de grandes multinacionales, caso de las aseguradoras, operadoras de telefonía y energéticas, cabe hacerse la pregunta sobre si se sienten amparadas a la hora de incumplir tan manifiestamente las reglas. Quienes pueden y deben hacerlas cumplir son el Gobierno, sus ministerios, y las diferentes administraciones, tuteladoras como son de tan gigantesca base de datos personales de la ciudadanía.

Como sucede en la actualidad con otros tantos temas de gran relevancia y trascendencia, la queja y la protesta parecen cautivas, no se sabe muy bien de qué o de quién. Sencillamente, la gente calla y aguanta lo que le echen. No se ha visto cosa igual en este país. La inflación disparada, los precios de los alimentos en aumento constante, las energías se han convertido en inalcanzables, la crisis económica es más que patente, y, como consecuencia, nos llaman a casa a todas horas, para vendernos lo que sea. Permitimos todo, y esa es la gran protección que tienen las entidades y empresas que incumplen la Ley de Protección de Datos.

Pasamos de todo, hasta que el drama llama directamente a nuestras puertas. Pero entonces ya es demasiado tarde. Es evidente que la democracia se resiente por nuestra actitud pasiva. Si hacen por nosotros, si piensan por nosotros, si actúan mal y nada hay que decir al respecto, algo va rematadamente mal en este país, empezando por el respeto a la intimidad de los demás. Uno busca en Internet cómo protegerse de tanto atropello, pero es que es mi propio Estado el que me debe dar garantías de que todo lo concerniente a mi persona, que custodia, está asegurado. ¿Hoy se puede afirmar esto de manera rotunda? Francamente, no. Luego están todos los fraudes que se están produciendo en España, vía móvil y correo electrónico. Van en aumento. Y el por qué hay que buscarlo también en que los impulsores de la mentira, el engaño, el fraude y el robo, ven una sociedad demasiado fácil para llevar a cabo sus chorizadas.  

Por supuesto que la Agencia de Protección de Datos pone multas al cabo del año, principalmente a grades firmas, por incumplimientos en todo lo que hablamos. ¿Pero, saben lo que pasa? Que para determinadas compañías son cantidades asumibles: un millón, tres, cinco, diez. La última empresa en ser sancionada por el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea ha sido la propia WatsApp. Las autoridades irlandesas la han condenado a pagar 225 millones de euros por violar la privacidad de los usuarios. Pues eso, aquí, a tomar  buena nota.

“La queja y la protesta parecen cautivas, no se sabe muy bien de qué o de quién. La gente calla y aguanta lo que le echen. No se ha visto cosa igual”

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Jesús Quintero, cuando la colina se queda sin locos geniales

Echaré de menos saber de Jesús Quintero (1940-2022). Le añoraré por lo que ha representado en mi vida personal y profesional. Los valores hoy no suman, pese a tanto anuncio televisivo de igualdad, cuidado del planeta y de las personas que lo habitan. Hay más camelo que otra cosa. Pero cuando una persona pasa por este mundo tan bruto, con una trayectoria vital como la del loco de la colina, hay que resaltarlo y enseñar a no olvidar. Este país es nefasto en el trato y recuerdo debidos hacia los que han dejado huella. ¡Cómo si fuera fácil destacar entre 8.000 millones de seres humanos que somos, y ahora sin rumbo! El loco genial lo logró. De corazón, ¡gracias, Jesús!

En casi todas las películas de cine bélico hay que tomar una colina, fuertemente defendida por la artillería del bando contrario. Es curioso el significado, aparentemente tan contrapuesto, de lo que significa una colina y lo que es un loco. Hoy las colinas están mayormente arrasadas por nuestras destructivas acciones contra el planeta que nos da todo, y los locos geniales parecen extinguidos, precisamente en tan precarios tiempos, propicios para sus ideas y soluciones, que los actuales mandatarios jamás nos ofrecerán porque carecen de ese don.

Allá por los años 80, cuando estudiaba primero en Barcelona y después en Madrid, el Jesús Quintero de la radio era cada noche mi opción preferida. Lo voy a expresar mejor: mi referente. Y es que no tengo duda alguna de que el loco de la colina, con su forma de ser, de pensar, de hablar y de comunicar, formó parte de mi instrucción, en lo que posteriormente he sido un periodista que anhela respetar las reglas, algo muy difícil de aseverar en la actualidad, donde ya no hay línea divisoria, visible, entre política y periodismo.

Sobre la vida, el amor, la amistad, la enfermedad, la guerra, el odio, la envidia, los políticos, la discriminación, el racismo, la libertad sexual, la corrupción, los mayores, el abandono, la naturaleza, los animales, la convivencia, la salud mental, el hambre, prestar ayuda, escuchar, arrimar el hombro, la necesaria educación, apostar siempre por la cultura como la única arma a empuñar… Todo esto y más es, en el recuerdo, Jesús Quintero. Sabía cautivar como nadie, emocionar también, algo que muy pocos comunicadores ejercen y transmiten, instalados muchos como están en la cizaña, el posicionamiento ideológico y el tú más. El loco genial quiso aportar a este país, porque así se construye una sociedad libre, justa y preparada mediante el saber, pero también vivió su gran decadencia, la de España, como igualmente nos ocurre ahora a los demás.

La radio y la televisión no son distintas, porque lo que se emite se haga dentro de un nuevo siglo y hayan irrumpido muchas tecnologías nuevas, que antaño no había. A otro perro con ese hueso. La radio y la televisión son, sencillamente, peores. La soberbia, algo de lo que juraría oí también reflexionar en ocasiones a Quintero, no deja ver que cada vez los ciudadanos estamos más cansados de que se nos engañe, y que en esa mentira colectiva participen de lleno los medios de comunicación. Hoy no es raro escuchar: ¡Cuánto ha cambiado el periódico que me gustaba, ya no hay quien lo lea! O esa otra afirmación de que muchos espectadores prefieren ver antes una televisión que emita en inglés o ucraniano, que cualquier otra de las denominadas nacionales.

“La radio y la televisión no son distintas porque lo que emite se haga dentro de un nuevo siglo. La radio y la televisión son, sencillamente, peores”

La entrevista, máxime quién sea el protagonista al que se la haces, es el género periodístico más complicado. Jesús Quintero lo bordó. Nadie lo ha vuelto a hacer, siquiera parecido a él. Sacaba todo de sus invitados, creando auténtico interés en los espectadores, a la espera de un nuevo programa en el que reeditar la admiración por el trabajo de este comunicador único. Tras una nueva intervención del loco, era fácil que surgiera dentro de una conversación lo que había dicho tal o cual entrevistado, nunca antes conocido pero sacado a la luz por el sagaz periodista. Quiero repetirlo: conversación. Ya no hablamos entre nosotros. Ahora lo hacemos con el móvil. Y lo medios, se trate del que se trate, reproducen la última tontería dicha por los tertulianos de turno de estos programas barriobajeros de la televisión española que, pese que a mí no me gusten, cuentan con una buena audiencia asegurada. Jesús Quintero nunca pudo imaginar que tras poner su nombre en Google aparecerían cientos de reseñas sobre su muerte, su vida, su familia, sus últimos años e incluso sus problemas económicos. Tampoco hubiera dado un duro (él lo diría así) porque las redes sociales le despidieran como lo han hecho, aunque los jóvenes no conocen de nada al loco de la colina, y nunca sabrán lo que se han perdido.    

Jesús Quintero murió el 3 de octubre de 2022, un lunes, en su amada Andalucía (nadie tampoco la universalizó como él). El día de su adiós hubo, claro, otras noticias. He aquí algunas. “La vendimia tras el verano más caluroso: No sé si podremos adaptarnos al cambio climático”, “Yo soy Fidel: las brigadas de respuesta rápida salen a las calles de La Habana para detener las protestas”; “La OTAN alerta de la movilización del submarino ruso Belgorod, portador del Arma del Apocalipsis”; España: “Tiroteo con un muerto y tres heridos en una posible vendetta entre bandas latinas”. Pacifista, hombre tranquilo, con sus problemas de salud, como todos, vivió y trabajó intensamente en una época esplendorosa para el mundo, como fueron los años 70 a 90. Luego, en el 2000, ya se jorobó todo, por la avaricia y la ambición de cuatro sobre todos los demás. El mundo no tiene solución, pero el loco se resistía a doblar la rodilla, como tantos han hecho ahora. Ya no critican ni la guerra, ni los desmanes gubernamentales, ni la propagada de los Telediarios, ni la concentración de riqueza en cada vez más pocos para ruina de muchos. La cultura, su gran pasión, tampoco es ya lo que era, al igual que la educación. Así las cosas, no es extraño tener ganas ya de irse. ¡Que encuentres en el más allá la paz que te mereces, de la que siempre hiciste gala, y que tanto necesita ahora este mundo inmerso en conflictos permanentes, creados para autodestruirnos!

“Vivió una época esplendorosa. Se resistía a doblar la rodilla como tantos han hecho. Ya no critican la guerra ni los desmanes gubernamentales”

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Vivir la actualidad sin incurrir (muy difícil) en el derrotismo

Resulta fácil pedir optimismo, mientras no se deja de tensar la cuerda política, bélica, económica y social (energía, alimentos, trabajo). Los seres humanos somos tan vehementes como ingenuos a la hora de no perder la ilusión de que todo irá a mejor. Estamos hechos de esta rara pasta.  “Vendrán tiempos mejores”, nos decimos. Cómo se logran es un enigma, con una guerra en Europa, escasez en aumento, los precios por las nubes, las hipotecas al alza y un desencuentro interior y exterior de los países y sus Gobiernos. ¡Un misterio, oiga! ¡Fiesta!, y sigamos dando la espalda al derrotismo.

La propaganda del poder y los potentes altavoces que somos los medios de comunicación, en especial la televisión, nos han acostumbrado a instalarnos en la felicidad y óptimo porvenir, tras las doce campanadas, en cada 31 de diciembre, instantes antes de la entrada en un nuevo año. Por nuestra parte, concentramos la mente en la sola idea de que nos salga todo bien en los doce meses siguientes, y lo sellamos tomando las uvas o brindando con una copa de cava. Al final de este 2022, lo volveremos a hacer: cientos de wasaps con los mejores deseos, dentro de los cuales no hay sitio para el desaliento. Yo también lo llevaré a cabo, aunque mucho me temo que, una vez más en la historia universal, el destino que está aún por escribir no está en nuestras manos, si no actuamos a tiempo.

Hablando de historia, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, la primera frase que pronunció Winston Churchill fue aquella de “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Al terminar la contienda en Europa, un 7 de mayo de 1945, al premier británico se le adjudica otra gran reflexión: “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”. Aprecien el sentido de la frase con los tres nombres que vienen a continuación.

Biden (EE.UU.) nació en 1942, Putin (Rusia) en 1952, y Xi Jimping (China) en 1953. De sobra saben lo que es una posguerra estos tres hombres que dirigen el mundo en bloques de poder político y económico. Ninguno ha aprendido nada de lo que les tocó ver y vivir en su niñez. Su soberbia, de malos dirigentes, les tiene cegados. Anhelan despóticamente el control;mandar sobre los demás países y ciudadanos, manejar un destino en paz o en guerra, con buena o mala economía. Huelga mentar que estos mandatarios se detestan entre sí, y, los demás, en medio. Todo esto no es ninguna película de Steven Spielberg. Es el relato actual de la política internacional, mientras el resto nos inclinamos por vivir con normalidad o verlo muy negro, con pesimismo y derrotismo, pero sin mover un dedo al respecto. ¡Dejamos hacer!

“Winston Churchill: Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”

A mi manera de ver, Dickens (Oliver Twist) fue bastante ingenuo cuando escribió que cada fracaso nos enseña algo que necesitábamos saber. Ni se aprende de las guerras, ni de las crisis económicas, ni del hambre, ni de la muerte anual en África de millones de niños esqueléticos, ni de pandemias, ni de nada. La esencia del ser humano está basada en la ambición, el enfrentamiento, y no tener memoria hacia lo que nunca más se debería de repetir, principalmente la guerra. Hasta esta línea, reconozco que todo o casi todo, ha sido negativo, es decir, derrotista. La verdad hoy no gusta ser leída o escuchada, pero se impone en las peores formas conocidas, que podemos resumir en unos tiempos en que la depresión económica y social avanza a pasos agigantados, mientras cada uno vive su particular vida, que todo el derecho tiene a hacerlo, aunque el engaño oficial sobre lo que realmente nos depara el porvenir sea cada día más evidente.

Pues sí. Vivimos ajenos a los inquietantes titulares que cada día se publican en los medios, sobre lo que suceda en algún punto concreto del planeta, aunque por supuesto la actualidad mira de lleno a Ucrania, lo que se cuece en el interior de Rusia, y cuál será la próxima maniobra del miserable Putin. Se hable de lo que se hable, incluso del botón nuclear, de un invierno sin gas o de la falta de alimentos en las casas, estamos a lo nuestro, que es el mismo actuar de antes del Covid, que, sinceramente, ya creo que nos ha dejado como principal secuela no sentir ni padecer ante nada. A lo mejor es lo que se pretendía realmente al esparcir el virus.

Llegaremos a las Navidades con escasez de muchos productos, sin poder incluso permitirnos comprar algunos, pero seguiremos adelante. Estamos también hechos para creer, ser esperanzados, a soñar, a ilusionarnos, a pensar que cambiaremos, a darnos una nueva oportunidad, aunque nos mientan por sistema, a zanjar, en definitiva, que vamos a superar en el futuro todos los obstáculos y chinitas en el camino que la vida nos pone. No importa nada de lo que he dicho atrás, porque yo también me apunto a que somos lo que somos y, en todo caso, hay que actuar siempre en favor de los que vienen detrás y tienen todo el derecho a un porvenir, como antes sus padres y abuelos. Dicho lo cual, hay que dejar claras algunas cuestiones fundamentales. Parar a Putin ya no tiene escusa, regresar a la paz es imperioso, el poder, en cualquiera de sus formas, tiene que dar un giro completo y hacerse eco de verdad de lo que quieren y necesitan los ciudadanos. La ambición ya no debe superar los límites de lo que supone vivir en concordia. Tenemos montones de gravísimos problemas. Demos un nuevo contenido a la ONU y demás organismos internacionales en los que se agrupan los países. Seamos optimistas, ¡bien!,   pero con el acuerdo por delante de que las cosas no pueden ser como ahora, donde no se deja de tensar la cuerda, y se va a romper en un determinado momento, para angustia general. La fórmula es conocida, ya la planteó Churchill: hay que volver a sentarse y escucharse, unos a otros.

“Estamos a lo nuestro, que es el mismo hacer de antes del Covid, que ya creo nos ha dejado como principal secuela no sentir ni padecer ante nada”

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Lista de espera: resignación, cabreo y demanda de soluciones

De sobra sabemos los españoles lo que son y padecer las listas de espera.  Pero ahora, esa larguísima demora en operar o curar, se ha convertido en una auténtica angustia para millones de ciudadanos. Si con insistencia se ha hablado de más atención a los profesionales, con el lógico incremento de personal y medios, no digamos lo que pasa tras el Covid, que ahí sigue.  Lo que antes de la pandemia era un sistema sanitario con graves déficits, ahora la dolencia ha pasado a ser crónica. A pesar de ello, todo esto resulta incomprensible, y es lógico, para aquellos que esperan meses, incluso años, a su intervención quirúrgica. Es lo que tiene el miedo, los dolores y calidad de vida, cuando se trata de la salud propia.

Seguramente por razones de edad y los achaques correspondientes, no dejo de toparme con casos que están esperando largo tiempo para ingresar en el hospital, y que le efectúen la operación con la que (un sueño de todos), recuperar la salud. Este asunto de aguardar meses o años para que te sanen el achaque, es ya viejo en España. Existía mucho antes del Covid, hubiera el Gobierno que hubiera, pero la pandemia ha agravado el asunto, hasta cifras insoportables, lo que tiene bastante cabreado al paciente con la sanidad pública y, añado también, con la privada.

El caso es que, de norte a sur, y de este a oeste, no hay región que se salve de las listas de espera. Cada vez somos más a atender, y menos los medios humanos y asistenciales, como son los complejos hospitalarios y los centros de salud. Esto, que es lo evidente, se camufla muchas veces con datos difíciles de digerir para el que anhela tener por fin una cadera nueva, a lo que hay que sumar declaraciones, opiniones y justificaciones, que están bien para denunciar la difícil situación por la que atraviesan muchos españoles, pero no tanto para solucionarla.

Al hilo de lo que pasa en realidad (esa verdad que el periodismo está obligado a buscar y no a ocultar), agilizar el retraso en la atención al paciente tendría que venir de ampliar la sanidad. Llevarla siempre a más. Pero los presupuestos para las inversiones reales de un país dan de sí lo que dan, y creo que bastante tenemos con poder mantener el actual estado de bienestar, un concepto en el que la educación y la sanidad copan la pirámide de prioridades oficiales. Es evidente que esto que digo resulta generalista, porque de ser yo uno de los afectados por la lista de espera, es seguro que mi carácter bonachón habría mutado a un cabreo continuado. Es también lo que tiene el dolor de alguna parte del cuerpo humano, y no verse atendido con la celeridad que requieren muchas enfermedades y dolencias.

“Cada vez somos más a atender, y menos los medios humanos y asistenciales, como son los complejos hospitalarios y centros de salud”

Cualquiera que me haya leído en alguna ocasión, sabe de la gran opinión que tengo de médicos, enfermeras y trabajadores al completo del Sistema Nacional de Salud. Me preocupa mucho el trato actual que les estamos dispensando, y la cantidad de promesas incumplidas que tienen a las espaldas, sobre la mejora general de todo lo relacionado con la asistencia a los pacientes, que evidentemente pasa por invertir más y mejor, y en los plazos que corresponde hacerlo. Estoy de acuerdo con las valoraciones que hacen estos profesionales acerca de que el Covid 19 es lo que le faltaba a nuestra sanidad pública, y lo que denominan sus carencias crónicas, como si también se tratara de una enfermedad, ya sin remedio. En todo caso, los médicos saben de sobra que los pacientes no están a estas explicaciones. Llaman al centro de salud, y esperan una cita rápida, mejor de un día para otro. Incluso si la consulta no tiene mayor trascendencia, erre que erre, ¡que quiero que me vea un especialista. Lástima que el uso del sistema, para muchas cuestiones menores que no necesitan de urgencias, no haya variado en absoluto. Tampoco ha habido pedagogía gubernamental, mucho menos medidas, al respecto.  

Pero los casos graves, muchos, demasiados, no pueden someterse a esperas tan prolongadas, y es algo que necesita abordarse, decidirlo y acometerlo. Lo siguiente que voy a decir puede ser bien el caso de cualquier comunidad autónoma. No podemos hablar de una sanidad eficaz, ni mucho menos buena, cuando se da el caso de tener que esperar dos años para algunas intervenciones, y superar ampliamente el año para tratar determinadas patologías. Los españoles sabemos lo que son los Pactos de Estado, aunque sucede que hace mucho que no se llevan a cabo en nuestro país. Me atengo a su definición: “Entre partidos de tendencias opuestas, para enmarcar la acción del Estado a largo plazo en asuntos de trascendencia, sin consideración de qué partido ocupa el gobierno en cada momento”. Pues bien, la sanidad es trascendente.

Es una tremenda contradicción que quien espera a una cita u operación quirúrgica para mejorar en salud, viva a diario la tortura de pensar y sentir que pueden no llegar a tiempo a esa fecha que le han dado para el año 2023 en adelante. La situación es mala, pero también es cierto que la sanidad española, y tiene reconocimiento por ello, es efectiva. Por eso no se entienden los muchos cabos sueltos que hay dentro de la cadena organizativa de un Sistema Nacional de Salud que ahora, y tras el Covid, requiere de decisiones en profundidad, que pasan como digo por invertir mucho más en personal y los medios que demandan, aunque hay otras muchas cuestiones de organización que los profesionales del sector valoran como esenciales.  

Si durante los peores instantes del virus, nuestros sanitarios pedían más apoyo desde dentro y desde fuera, apelando también a la comprensión ciudadana, ¿qué no será ahora? Las listas de espera no están para vaguedades, atajos, excusas vacías ni medias verdades o, directamente, falsedades. Los médicos son los primeros que quieren atajar cuanto antes las dolencias de los enfermos. Pero este deseo choca frontalmente con la realidad diaria que viven en su trabajo. La solución a la sanidad y hasta dónde se puede llegar está aún pendiente. Unos tres millones de españoles, que se dice pronto, están citados para consultas y operaciones quirúrgicas el año que viene. Los días pasan para ellos inmersos en la resignación, el miedo y el temor a mayores complicaciones, que se sumen a la enfermedad que tienen ahora. Si no es porque lo acabo de escribir, es para no dar crédito a semejante barbaridad.  

“Los médicos son los primeros que quieren atajar las dolencias de los enfermos. Pero este deseo choca con la realidad que viven en su trabajo”

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