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¡BENDITA JUVENTUD!

Publicado el 12 de abril de 2010 en el Diario Montañés

En Mayo del 68 circulaba una frase común por todo París que en el idioma de origen era algo así como Il est interdit d´interdire, traducido: prohibido prohibir. Abordando cualquier cuestión relacionada con la juventud actual española, creo que somos muy dados a generalizar y, por lo tanto, a crear una opinión muy de calle acerca de que los jóvenes, todos, son un caso, están perdidos, y sin rumbo fijo. Vayamos por partes. Es cierto que el sistema educativo hace aguas por determinadas grietas (responsabilidad, exigencia, esfuerzo, méritos y conducta, principalmente), y prueba de ello es el gran pacto nacional en educación que se busca ahora como agua de mayo, ¡mira, precisamente mayo! Tiempo habrá de calibrar los cambios que se produzcan, aunque mucho me temo que si no involucran a los padres (saco a colación aquí a los tutores con toda intención), no llegará al buen puerto que los colectivos educativos, empresariales y sociales anhelamos. Creo que quien piensa que en la base de la crisis actual está la educación, y que la educación es también la piedra de toque principal para el día de mañana, tiene razón. Ahora bien, cuando se habla de problemas actuales de nuestra juventud y su responsabilidad futura con el empleo, la familia y los valores sociales (solidaridad, igualdad, eliminar la violencia de género, no a la guerra…), queremos cargar las tintas sobre su falta de sensibilidad y educación, en general, el botellón, las drogas y el sexo,  desprendiéndonos los padres de lo que es nuestra responsabilidad directa sobre la educación directa de nuestros hijos, y, en especial, en todas estas cuestiones que enumero, y seguro que me habré dejado alguna en el tintero.

Seguro que por mi deformación de periodista, cada vez que tengo la ocasión en esta misma página de abordar un tema de actualidad en profundidad, siempre trato de buscar las fuentes directas. Una joven de 22 años me abre los ojos a la hora de hablar de nuestra bendita juventud, para lo bueno y para lo malo. Me explica que es muy fácil hablar y escribir sobre lo difícil que está ahora educar a la juventud, que si pasan de todo, que si no tienen interés por nada. Me da un palo mental de aupa al preguntarme: “¿tenéis y ponéis ese interés los padres?” Durante un momento largo me callo por si acaso. Sigue ella: “No me canso de ver cómo niños y adolescentes tienen todas las tardes llenas de actividades extraescolares: hacer deporte, aprender a tocar un instrumento musical o un idioma extranjero, etcétera. Todo eso requiere de un esfuerzo y una responsabilidad que es muy importante adquirir en edades tempranas. Pero, esa responsabilidad también la tienen que tener los padres, es decir, todas estas actividades no son una guardería o un lugar donde nos cuidan al hijo”. Me la envaino por si acaso y sigo un poco más callado, con cara como de meditación. “La falta de esfuerzo y la irresponsabilidad que tiene la juventud actual la ha visto en casa, en unos padres que cambian el partido de su hijo por salir de vermut o que no van a clase de violonchelo con su hija porque tienen a su vez clase de pilates”, me remata. Al final, no se puede generalizar ni con la juventud, ni con los padres de esta, pero hay una cosa común a ambos como es su complicidad en todo lo que hagan.

Este ejemplo lo aporto yo. Los padres somos muy dados a hablar de la deficiente educación que reciben nuestros hijos tanto en colegios públicos como privados. Otra cosas muy distinta es implicarse directamente en las asociaciones de padres, en los consejos escolares, y lo mismo les está sucediendo a los alumnos que pueden ocupar por ley un puesto en estos órganos internos de cada colegio. ¿Lo ven también en casa? Cada uno que se aplique la respuesta que corresponda. En todo caso, cabe añadir también que nunca ha sido garantía de buena educación dentro y fuera de casa que un chico o una joven no llegue a adquirir malos hábitos. A los padres nos preocupa y mucho las drogas, el alcohol, el sexo practicado sin garantías ni conocimientos, la violencia juvenil o el respeto a los demás como guía principal de una convivencia en sociedad. Quizás sea cierto que exigimos que sean los mejores en todo, en idiomas, en nuevas tecnologías o tocando la guitarra, pero nos olvidemos muchas veces de lo principal: hablar con ellos, escucharles, saber lo que piensan de una cosa y de otra, y no restarle importancia o valor a sus ideas. Como se formen, van a ser en gran medida el día de mañana. Les necesitamos nosotros como padres, y la comunidad autónoma y de hecho el país en el que han nacido. España tiene hoy un triple problema. El primero, una generación de padres apoyada en trabajar, trabajar y trabajar para ganar, ganar y ganar, no sólo en dinero, sino en cualquier cosa. Segundo, nuestros hijos no se esfuerzan nada para alcanzar metas, porque la tendencia es que se lo demos todo a la boca. Los mejores colegios, los mejores estudios, lo mejor de lo mejor para ellos, pero sin que me den problemas. Y tercero: con todo, anhelamos un futuro inmediato con una mejor educación, conclusión a la que nos ha llevado la crisis y las necesidades de España a corto y largo plazo. Estoy seguro de que es una meta alcanzable. Se educará mejor en consonancia con una democracia libre, solidaria y respetuosa con todos. Así y todo, un pequeño gran detalle no cambiará nunca: la juventud tiene que ver en el ejemplo de sus padres y educadores la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, porque cuando se quiere adoctrinar con el embudo ancho para unos (adultos) y estrecho para otros (adolescentes), al final, como en el mayo francés, muchas veces nuestros jóvenes con toda razón pueden pensar que se les prohíbe por prohibir.

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