Se le acatarra a cualquiera el pecho ante la muerte de jóvenes que tienen toda la vida por delante. Las lágrimas vienen solas ante el final de Yago Lamela y los cinco futbolistas juveniles fallecidos en la maldita carretera que va a Monterrubio de la Serena, en Badajoz. Ante algo así, o todo lo que dices te brota de dentro, o mejor te callas. Yago, un Hércules en su vida, pero se rompió con 36. De 12 a 15 oscilaban los años de los chavales de Badajoz. Mierda para el que repite sin cesar que el fútbol es así. Del conductor de la retroexcavadora que ha provocado tanta infelicidad en tantas familias, ¿qué puedo añadir?, si la carga que llevará de por vida pesa más que la puta máquina que conducía sin los cinco sentidos bien despejados, y con la que provocó esta tragedia. Por más que lo cuente y lo repita la tele a su manera, nadie está hecho para el drama de ver morir a un hijo a tan corta edad. Me refiero lo mismo a Yago que por supuesto a los chicos del Club Deportivo de Monterrubio. La casualidad ha querido que en horas de un mismo día haya muerto alguien que lo conquistó todo para su país en el salto de longitud, y cinco menores que soñaban con ganar la categoría en la que disputaban sus partidos en los pueblos del entorno al suyo. Habría que concederles este trofeo póstumo. No sé, sería como una forma de decirles que comprendemos todo el esfuerzo y la ilusión que ponen nuestros deportistas por llevar a sus equipos, y con ellos a su país, a lo más grande que puede haber.
Tampoco es que quiera mezclar la tristeza con pedir algo para ellos. Lo de Yago Lamela marca mucho. Mientras triunfan, estos chavales tienen pegadas a sus espaldas cientos de falsas palmadas. Una vez que han dejado de competir, cuando llega el momento de preocuparse por lo que hacen, por como viven y si necesitan algo, tanto amigo de antaño ya no está ni se le espera. Es al menos la sensación que me da tras haber leído y releído este suceso. La familia nunca le abandonó, mucho más grande en Monterrubio de la Serena, donde es fácil que los pocos vecinos que les vieron nacer, gatear y jugar por sus calles, les sintieran como hijos propios que ya no van a volver a ver jamás. ¿Por qué no decirlo? Ya todos están juntos, y con el hermano mayor que es para ellos Yago.