Publicado en el Diario Montañés el 19 de febrero de 2012
Hay muchas formas de sentir frío. Te quedas frío ante una mala noticia y helado cuando te mandan al paro o preguntas por una persona que hace tiempo que no ves y como respuesta recibes que ya no está entre nosotros. El calor y el frío son las conversaciones más comunes entre las conversaciones. El peor de los fríos proviene de vivir en la calle, porque no tienes nada y dependes de la caridad ajena y de la suerte de un día menos malo que el anterior. La vida en la calle no tiene nada de poética, pero Fray Luis de León futurizó en su tiempo la decadencia humana, la diferencia entre la riqueza y la pobreza, y la suerte de nacer de pie o con mal fario. Y lo escribió de esta triste pero aclaradora manera: “cuando contemplo el cielo de innumerables luces adornado, y miro hacia el suelo de noche rodeado, en sueño y en olvido sepultado, el amor y la pena despiertan en mi pecho un ansia ardiente: despiden larga vena los ojos hechos fuente”. La calle está bien para pasearla, jugar en ella, mirar a tu alrededor o pararte a hablar con un conocido y lo que iba a ser un rato se convierte en media hora de debatir sobre lo humano y lo divino. Los sin techo de las ciudades, y más con este crudo invierno más siberiano que local, son noticia en este tiempo crudo ya que por las noches se les entregan mantas, alimentos y algo caliente que meter en el estómago. Está bien el gesto, me parece incluso reconciliador ante el hecho de que a los que nos va bien, todo lo demás parece importarnos un carajo. En una sociedad capaz de desahuciar de su casa a una anciana de setenta años o desemplear a alguien que lleva trabajando cincuenta años, saber que seguimos cuidando a nuestra manera de los despojados de todo, resulta cuanto menos digno de agradecer.
La solidaridad es la palabra más repetida después de esta otra: marcas. Compramos primero lo que menos necesitamos, que aportar (quien más puede) a organismos e instituciones sociales que están de verdad en la calle echando una mano. Los servicios sociales de los ayuntamientos, de la Administración, mis siempre queridas Hijas de la Caridad de la Cocina Económica de Santander, están ahí realmente, se hacen notar. No demos por hecho que hacen lo que deben, porque encima hay un voluntariado que es el que nunca se lleva las medallas, pero alarga su mano para levantar del suelo al indigente tirado en la acera, le da charla, y le invita si hace falta a un bocadillo con una café caliente, o un vino o cerveza, que tampoco hay que ser en esto tan puritanos. Los habitantes diarios de las urbes hacemos casi todos los días las mismas cosas, también los que mendigan por las calles y sus historias, muchas, son de periódico porque su hoy no tiene nada que ver con lo que fueron antes, sin olvidar la familia que tenían y aún tienen. Esta monstruosa crisis de corazón negro está llenando más las calles en las frías noches de personas sin casa, y como ya dije antes no tiene nada de poético y sí de trágico. Lo que pasa es que la poesía se acerca muchas veces a la realidad de las cosas, a la visión del mundo y de la sociedad en la que convivimos bien o mal. “El hombre está entregado al sueño de su suerte no cuidando, y con el paso callado, el cielo vueltas dando las horas del vivir le va hurtando. Despertad, mortales, y mirad con atención vuestro daño “. (un poco más de Fray Luis de León para finalizar, que también puede ser un comenzar de nuevo para hacerlo mejor).