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ULTRAMARINOS CON SABOR A INFANCIA

Publicado el 4 de mayo de 2010 en el Diario Montañés

El dueño de los ultramarinos de cualquier barrio es uno de los grandes protagonistas de nuestra infancia. Se acaba de ir el mío: Martín. Tipos en mayúsculas como él, marcaron una generación de hombres y mujeres que faltan ahora más que nunca, porque en sus largas jornadas de trabajo lidiaban de continuo con los problemas de muchas familias con una economía al límite, estranguladas hoy por el paro. En el bar de los ultramarinos de mi barrio de Vista Alegre, se hablaba y se sabía todo de todos. Cualquier problema se abordaba con sumo cuidado, por eso los señores como Martín San Bartolomé merecen ese respeto que pasa de padres a hijos. Preocupado por lo que sucedía a su alrededor (lo que hoy se llama solidaridad  tan cara de ver), siempre estaba presto a echar una mano. Sabía cuando, al envolver los arenques ya pesados,  había que  meter uno de más, y apuntarlo para cobrar cuando el jornal del obrero lo permitiera. Personas así no se hacen ricos en dinero, pero si en admiración silenciosa de sus vecinos. Su familia puede sentirse orgullosa, porque la gente buena marca. Mira que se lo tenemos dicho a nuestros hijos: “quiero que estudies, que te prepares, pero que ante todo seas una buena persona”.

En una sociedad donde todo es competitividad, envidia y zancadilla, nos van dejando los que pasan por ser los mejores. El colegio me dio educación pero, al salir a las cinco, y si mi madre no estaba en casa, el dueño de los ultramarinos de mi barrio adelantaba el bocadillo y me dejaba sentarme en un escalón de su tienda para esperar resguardado de cualquier peligro que pudiera correr en la calle. Por la mañana y por la tarde, la venta de comestibles era lo que primaba dentro del negocio. A partir de las ocho, se atendía más la barra del bar donde se servían los vasos de vino con que muchos obreros querían decir adiós a un día duro de trabajo, antes de iniciar otro. Eran momentos de rondas, dados, cartas, conversaciones, reivindicaciones y desalientos de todo tipo. Allí estaba Martín para dar el consejo oportuno de que no llueve a gusto de todos, pero es mejor andar la vida de forma agradecida. Así la vivió y la ha dejado en el recuerdo y agradecimiento de tantos como yo, por haber tenido la ocasión de conocer a este protector que dio tan buen sabor a mi infancia.

 

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