Publicado en el Diario Montañés el 13 de noviembre de 2011.
Sarkozy primero dijo que España ya no estaba en la lista de países en peligro de rescate económico, y luego nos metió un gancho por el costado dentro de un discurso en el que nos señaló como aquella nación del milagro y la bonanza, pero a la que ahora nadie se querría parecer por cómo nos va y pinta el panorama. Una de cal y otra de arena que diríamos a este lado de los Pirineos, así que ¡virgencita, virgencita, que nos quedemos como estamos! ¿Y cómo estamos en general los españoles? Pues estamos tristes y desanimados, amarrando el dinero que no veas, y teniendo pensamientos que van más de película de miedo que de aventuras. El paro es un palo terrible. Tenemos a casi cinco millones de compatriotas metidos de lleno en él. Bueno, de lleno, de lleno, los que tienen a toda la familia en el desempleo, sin percibir ya prestación alguna. Esto ya no es una cuestión de cifras ni de porcentajes, porque los que están en este laberinto pasan de agrandar la noticia, si a fin de cuentas no se percibe en el horizonte un mejor panorama que el actual. Decir que hay muchos casos que viven mejor en el paro que en un puesto de trabajo me parece una vulgaridad muy poco pensada. En España se tiende a generalizar en todo. Conoces a un vecino o un pariente que te da la sensación de vago persistente, y ya tiene que haber millones como él. No, no tiene porque ser así. El paro está creando muy mal rollo. El que trabaja y tiene cierta edad se hace preguntas que muchas veces no comparte con nadie. A los jóvenes que se les emplea como hoy en día, tienen que acordarse de la madre de alguien cuando oyen que si no tienen ganas de independizarse, de emprender un negocio, o de meterse en un piso como antes hicieron sus padres.
Se ha hablado mucho a la ligera a la hora de decir que aquí lo que ha llegado es un cambio de sistema productivo al que hay que amoldarse o morir laboralmente en vida. Vaya forma de explicar que el futuro está tan complicado que no hay quien se atreva a dar una solución coherente, no la vaya a pifiar con la previsión que más tarde no se hace realidad. Los españoles estamos muy desanimados y se nota en la calle y en las cosas cotidianas que hacemos. No es solamente que no gastemos ni en pipas. Es que hemos dado un vuelco a nuestras vidas y a nuestros comportamientos rutinarios porque tenemos la esperanza tocada y el desanimo se hace fuerte entre el personal. Sigo creyendo como ayer en aquella frase emblemática de Jhon F. Kennedy de que «no preguntes lo que tu país pueda hacer por ti sino lo que tú puedes hacer por tu país». Me agradó escuchar recientemente a un empresario que creía en sus trabajadores ante todo, y se sentía orgulloso de ellos por lo identificados que estaban con la empresa y con salir adelante pese al terremoto económico que vivimos. Hay mucho desanimo también en la pequeña y mediana empresa. O les deben dinero o la carga de trabajo de antaño se ha convertido hoy en esperar a que suene el teléfono y te hagan tan sólo un encargo. Lo del optimismo vital viene bien hablarlo cuando corresponde, pero no es el momento ni el caso. Hay que decir la verdad, aunque duela: los españoles estamos tristes y desanimados. Y si tienes un trabajo estable has de estar más comprometido con la sinceridad porque no vale que tú y los tuyos salgáis adelante mientras crecen los casos de apartheid laboral y social para tantas personas. ¿Qué es si no una larga cola del paro ante las oficinas públicas de buscarte un empleo con el que sobrevivir?
