No cabe debate sobre que una ciudad importante, machacada y mermada por la mala economía, encuentra en sus fiestas patronales unos días de escape a tanto malhumor y ansiedad de familias que viven en primera persona el paro y la falta de recursos. Es una entradilla totalmente válida para Torrelavega, que atraviesa por una de las peores situaciones no sólo por el futuro negro de Sniace, a lo que hay que añadir el cierre de medianas y pequeñas empresas, autónomos que tiran la toalla, y comercios que están a punto de izar fuera del escaparate la bandera blanca de auxilio. En política industrial y de desarrollo de la comarca más importante cántabra, ningún gobierno, ni central ni autonómico, ha tratado a Torrelavega como se merece. Nunca he entendido la causa, porque el peso torrelaveguense en todos los ámbitos de esta sociedad regional es abrumador.
Cuando empiezan las fiestas, es entendible que los ciudadanos en situación precaria o delicada se movilicen, porque ya da igual que sea lunes o domingo a la hora de reivindicar. Tomarse unos vinos en unas casetas no va a restar el panorama que tienen por delante. Ahora bien, Torrelavega necesita un plan. Este plan debe ser grande, ambicioso y para años. Es el gobierno regional y también el nacional, a través del ministerio de Industria, los que deben poner todo lo que esté en su mano para reindustrializar una zona señera en toda la modernización que ha producido durante años para el resto de Cantabria. ¿Qué industria importante queda en Cantabria? Poca, pero la de Torrelavega. Su área estratégica debe ser mimada, inyectada en dinero y proyectos, y no tener recelos desde la capital a que la Comarca del Besaya sea la más importante de todo el territorio. Años atrás, se ha perdido mucho tiempo en hacerlo. Pero en un futuro cercano, esperemos que ya sin crisis, hay que invertir todo lo fuerte que se pueda para hacer una Torrelavega fuerte, industrial, potente, y generadora de riqueza y recursos para toda Cantabria. ¿Tan difícil es? Con mentalidad de ello, no.