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Sídney como nítida señal de que el odio se asienta en el mundo

Léanlo ahora: Playa de Bondi Beach de Sídney, porque pronto se olvidará y no se hablará de ello. Allí ha sucedido el último atentado irracional, de dos chiflados llenos de odio, padre e hijo, con 15 muertos, uno de ellos superviviente del Holocausto, y una treintena de heridos, alguno de los cuales lo tiene muy difícil para seguir viviendo. El comportamiento del mundo y los Gobiernos que lo representan están sirviendo en bandeja el aumento de la intolerancia y, con ello, el enfrentamiento civil. Cuando ocurre un nuevo drama, como el de Australia, siempre se sigue el mismo falso discurso: hay que lograr un mayor control de las armas. ¡Venga ya! 

Soy un pesado con la necesidad de fortalecer siempre, mejor mediante la educación y la familia, los principios y valores esenciales de una buena coexistencia en sociedad, y así arrinconar el odio y la intolerancia todo lo que nos sea posible. Nunca es demasiado tarde para rectificar, pero lo cierto es que hoy está rota la presa de seguridad que acumula toda la rabia humana que somos capaces de acumular, y esa brecha propicia un desbordamiento de ira que no se conocía en los 80 años de paz que llevamos sin guerras mundiales (The Long Peace, la Larga Paz).

Ante los esfuerzos por mantener la paz, nos encontramos ahora con tres escenarios escalofriantes. El primero es la mayor debilidad en su historia de la Naciones Unidas (ONU). El segundo es la gran división de los países que, sea de manera individual o en bloques, actúan en clave de rearme, es decir, prepararse para la guerra. Y el tercer escenario lleva nombres propios: Donald Trump y Vladimir Putin. Oír a estos dos hablar de paz, y sus planes para ello (invadir al otro), es como para ponerse a temblar.

El nuevo atentado terrorista de Australia pasa a engrosar la lista de más de una veintena de acciones dementes cometidas durante este 2025, a punto de finalizar. Año tras año van a más. Ningún lugar del planeta se salva de poder ser atacado en algún momento concreto por personas individuales u organizaciones criminales, que van también en aumento. El balance del ataque antisemita cometido en la playa de Bondi Beach de Sídney, durante la festividad judía de Jánuca, arroja 15 muertos y 26 personas siguen hospitalizadas, doce de ellas en estado crítico. Siempre nos llevaremos las manos a la cabeza solo por estas acciones sin sentido alguno, pero también cuando conocemos historias personales de las víctimas inocentes, como la niña de 10 años asesinada, de nombre Matilda o Alexander Kleytman, un superviviente del Holocausto, de origen ucraniano (“Sobrevivir al Holocausto para morir en Blondi Beach”. El Confidencial, 15/12/2025, artículo de A. Sanz).

“Está rota la presa de seguridad que acumula la rabia humana, y esa brecha propicia un desbordamiento de ira que no se conocía en 80 años de paz”

Por cierto, los asesinos son padre e hijo Sajid Akram, de 50 años, y Naveed Akram, de 24. Cuando nada más empezar a escribir les hablaba de que lo que no se inculca bien en la familia, termina mal, me refiero a casos como el de estos dos descerebrados, uno muerto en su propio atentado y el joven (¡24 años!), hospitalizado de gravedad. Ha declarado su madre que todo el mundo querría un hijo como el suyo. No, señora, no. Para nada, quédeselo enterito para usted. Doy por pérdida la profunda reflexión de esta mujer sobre el odio inculcado dentro del seno familiar.

Al tiempo, las autoridades podrían dejarse de repetir siempre la misma cantinela de un mayor control de las armas, si luego no lo van a llevar a cabo, como sucede. En una acción antisemita en una playa con más de 2.000 personas, los rifles de padre e hijo no pararon de disparar, y pocas son las víctimas y heridos para lo que podía haber sido la masacre del siglo. Solo el progenitor contaba con seis armas, y su hijo creció en este ambiente de odio con acceso directo a fusiles y pistolas. En todo el mundo se ha podido ver la imagen del ciudadano Ahmed al Ahmed, conocido ya como el “héroe de la Playa de Bondi”, desarmando a uno de los dos tiradores, que finalmente resultó abatido por la policía.

Dentro de unos días, con la entrada de lleno en las Navidades, ya saben, a seguir viviendo y disfrutando cuanto más, mejor. De lo dicho y prometido tras el último atentado, hasta el siguiente drama, en el que se repetirá el mismo discursito de siempre, como un disco rayado, El egoísmo y la violencia se han hecho pareja inseparable en estos tiempos oscuros de un nuevo siglo que lo prometía todo, y nos ha dejado con la miel en los labios. Tampoco parece importarle mucho a la gente en general, que va solo a lo suyo. Nada se quiere arreglar, y la violencia, la peor posible, como matar a un semejante, no para de crecer.

Esto pasa en Australia, pero el mensaje en el resto del mundo habla solo de armas, de rearmarse. Tampoco ya se hace hincapié en dedicar la riqueza de los países al desarrollo en general, y mejor vida de sus ciudadanos. Mucho menos a los servicios sociales, a cuidar mejor a nuestros mayores, y aplacar la pobreza, que crece descontrolada. Nada de todo esto es ya prioritario. La cuestión del momento y del futuro es ser el país con más soldados, tanques, aviones de combate, barcos, armas de todo tipo, misiles, drones, y las mejores tecnologías con las que plantar cara al enemigo, sea este real o inventado, para manipularnos a todos como están haciendo, sin sonrojarse un solo instante. En medio de todo este desastre, no dejo de preguntarme acerca del papel inexistente que llevan a cabo unos medios de comunicación, absolutamente displicentes con todo lo que pasa a nuestro alrededor, abducidos tan solo por lo que sucede a diario dentro de las redes sociales y sus personajes. Pero esto no es periodismo serio.  

“Los asesinos son padre e hijo. Ha declarado su madre que todo el mundo querría un hijo como el suyo. Para nada, quédeselo enterito para usted”

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