Esta mujer que aparece en la imagen, con abrigo pasado de moda pero que hace su trabajo, y más cuando resguarda del frio a su propio hijo, cargada con lo esencial de una compra para alimentar a los suyos, es una obra del escultor australiano Ron Mueck. “La mujer con el carro”, que es como se titula la escultura, refleja verdades como templos, y me motiva para hablar de cómo tendríamos que ser mañana, dejando atrás vidas fingidas, compinchadas con la normalidad de tantas cuestiones obsoletas, que son directamente mentira, sin duda, generan injusticia social, y están podridas por intereses todopoderosos.
La mujer tiene el rostro castigado y la mirada ida. Es fácil imaginar lo que está pensando. No se fija en los ojos del niño, imantados a cualquier gesto que ella haga. El crio aún no entiende nada, salvo el amor y los cuidados. Así se debiera crecer siempre, y ser parte de un todo para todos, aunque ya sé que sueño en voz alta. Me da igual. Cada vez que planteo lógica, me dicen que soy buena gente, así que vuelvo a los vaqueros recogidos de la mujer del carro de Mueck, y a sus impolutos zapatos negros, de cordones. El andar de la madre viene a decir que siempre se busca la seguridad entre tantas contrariedades que hallamos en el largo camino de ida y vuelta a casa, que es montarse la vida.
La infelicidad es la peor contrariedad a la hora de vivir. Si supiera más sobre el tema, no me lo callaría. Encuentras infelices a nada que te mueves. El paro, vivir en la calle, sin expectativas pese a tener una deslumbrante juventud y ganas, y sentirte solo a avanzada edad, cuando antes lo has dado todo y has puesto lo mejor de ti. Ser feliz no está tan al alcance, aunque conozco a personas que lo son con solo respirar. Me agotan cuando les oigo, pero se me queda algo fundamental de lo que reivindican: que se han cansado de pedir un mundo más justo para empezar por ellos mismos, y actuar en consecuencia a la mínima oportunidad. La gran esperanza blanca del ser humano es el propio ser humano. Puede que no salga igual, pero estamos obligados a esculpir diariamente lo que representa la escultura de Mueck. Como esta mujer con el carro (y sin él), pero de carne y hueso, hay millones en todo el mundo. En estas referencias no sale el hombre, pero lo dicho se extiende también a nosotros. Porque a nadie se le debe hurtar tener una vida que vivir, apartando del camino los malos arbustos y pinchos sangrantes que son las infelicidades.