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SER CREYENTE DE LA SUERTE

Pensar en la suerte es el cobijo más seguro para las angustias. Forma parte también del capitalismo como sistema de buscarte la vida, en la medida que tienes menos o, directamente, no tienes nada. “Algún día, mi suerte cambiará”, acostumbramos a pensar cuando quieres ir a mejor, o después de ver un anuncio del cupón de la ONCE por televisión. Estamos seguros de que unos números de lotería pueden ejercer esta magia que provoca trabajo, dinero y comer de restaurante cuando te plazca. Nos auto flagelamos por los cambios a mejor, y elegimos mentalmente el escenario de la suerte: desde que puede caer del cielo a tocar nuestra puerta. Son realmente muy poquitos los que no creen en el azahar como para no quitar la etiqueta del Nescafé que te puede dar un sueldo para toda la vida. Hoy, la educación del esfuerzo está rota en mil pedazos, porque se atiene también a estas circunstancias de que a alguien le haga gracia la cara que muestras en tu curriculum, a la hora de encontrar ocupación, y a continuación no te quede más remedio que agradecer la suerte recibida. La teoría de la suerte no existe ni el casino ni en acertar debajo de que vaso está la bolita, son sólo ilusiones imaginarias.

 FOTO EL TRABAJOAl mercado laboral español le pasa que, con tantos problemas de bolsillo vacío como hay, de impagos, de deudas y dudas, lo último que se le ocurre a un empresario es crear un puesto de trabajo. Los listos de la economía nacional aún no se han dado cuenta de lo evidente. Hay dos tipos de listillos económicos, los ejercientes desde el poder del ministerio, y aquellos que lo cuentan por la radio como más fácil de hacer de lo mal que se hace. No creo ni en unos ni en otros, porque con palabras nadie come, y con la continua subida de impuestos, donde antes comprabas cinco manzanas, ahora pones al peso dos. No hay negocio que no esté resentido por falta de clientes, y unos y otros esperan a que cambie su suerte. Yo me sumo, por supuesto. Cada Navidad sigo picando en que el gordo de la lotería me va a tocar a mí. Luego, no pasa nada, ¡bueno, sí!, que sigo siendo creyente de la suerte. Los tiempos que corren, y a falta de ideas, respuestas y soluciones, no dan para más.  

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