Artículo publicado en El Diario Montañés. 12 de mayo de 2012
Que los pobladores de Santander y del resto de Cantabria tienen gran orgullo de contar en su territorio con El Sardinero, estoy seguro. De que este magnífico enclave natural esté todo el año potenciado adecuadamente, no tanto. Hay excepciones dignas de mención. El nuevo Hotel Sardinero es una de ellas. Hay que tener auténticas raíces para construir algo tan bello en cualquier tiempo, pero más en los que corren. En sí, la nueva instalación turística atraerá gentes sólo para contemplar que refleja tan fielmente aquellos señoriales inmuebles de los veranos regios santanderinos, con Alfonso XIII a la cabeza. Una pena que no se haga lo mismo por otros establecimientos del lugar, de punta a cabo, porque pasear cualquier día por El Sardinero, llueva o haga sol, es de las pocas cosas exclusivas que hay en la vida, y que merece la pena hacer en cualquier mes del año cuando no se conoce.
La culpa de que se hable menos a nivel nacional de El Sardinero que de La Concha de San Sebastián es sólo nuestra. Siempre me ha llamado la atención las mejoras a cuentagotas que se han producido en la zona, creo que por si más de uno levanta la voz con que se hace más aquí que en otra parte de la capital. Pero esta duda de ser o no ser con El Sardinero es absurda. Tendría que estar todo el año impoluto como la maravilla que es. También habrá que atraer a más visitantes, para que no demos por hecho que lo tenemos ahí, es nuestro, y no se va a mover de sitio porque no vayamos asiduamente. En verano pongo menos énfasis en la causa, pero el invierno de El Sardinero es muchas veces más triste de lo acostumbrado por la falta de ciudadanos. No miro a nadie, porque la culpa va por barrios.