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Rodeados de tóxicos

El odio, la soberbia, la envidia, la intriga y la difamación son las barreras tóxicas que más ponen en peligro el cambio que este país necesita para ofrecer esperanzas alcanzables a las generaciones que vienen empujando. Hay  expresiones ya acuñadas sobre trabajar en un sitio tóxico, tener un jefe tóxico o mantener relaciones amigables e incluso amorosas que te pueden llevar  a leer obras de autoayuda para aguantar mejor lo insoportable. Alguien tóxico es un tontaina que disfruta haciendo daño a los demás. También es alguien vacio, no porque haya que reflejar bondad en todo lo que se haga, no, sino porque cuando el tóxico desaparece no se acuerda de él ni la madre que le parió. He conocido hijoputas en todos los frentes en que he luchado, que en mi caso son las fases de la vida, veinte, treinta, cuarenta y, ahora, los cincuenta. Alguien trató una vez de convencerme de que la vida es más de película cuando eres malo. ¡Naaa!, jamás compensa.

Los buenos son ejército pero los tóxicos también. Ves y oyes tóxicos a diario: en la tele, la radio, en las últimas declaraciones vacías que no dicen ni solucionan nada, y en las redes sociales, que me encantan, pero también son un cobijo inmenso donde se resguarda la mediocridad.

Hay maneras de restar toxicidad dentro de nuestra sociedad, pero en la mayoría de las ocasiones sólo hay que esperar a que sucumban en su propio vomito de odio y envidia. No hay que descartar tampoco decírselo a la cara, o escribirlo, no se vayan a creer que están en posesión de alguna verdad inamovible por acosar, mentir, difamar o contar bulos que siempre tienen como denominador común su rabia hacia todo lo que suponga algo nuevo y creativo. No digo esto porque me haya sucedido nada especial en los últimos tiempos. En todo caso, al tóxico, acostumbro a plantarle cara, a preguntarle por qué joroba al prójimo a sabiendas. Hay mucha gente buena que lo pasa mal por los bichos tóxicos. Porque repesco lo que decía al empezar: restan mucha energía vital para que otros logren en este país empleo, crecimiento, prosperidad, y sean reconocidos por lo que hacen en la ciencia, las artes, la economía, la educación e incluso la política. No conozco peor país que este para aclamar y vapulear al mismo tiempo a sus grandes personajes. Hoy eres el mejor y mañana el peor. Hay que cambiarlo, como sea. La juventud bien vale que echemos a las cloacas a tanto tóxico cretino, empeñado en destruir porque parte siempre del odio a la prosperidad personal e intelectual de los demás.

 

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