Artículo publicado en el Diario Montañés el 20 de septiembre de 2012
Siempre ha sido una exageración bien medida que España sea uno de los países más seguros del mundo. En la lista top de las diecisiete comunidades autónomas, más Ceuta y Melilla, Cantabria siempre ha ocupado puestos de honor en esto de la menor delincuencia. Reconocerlo más o menos depende de cada momento o situación personal. Si un comerciante ha sido robado cinco veces en un mismo mes, no tendrá más remedio que clamar que los mangantes campan a sus anchas, algo que ahora se entremezcla (peligrosamente) con que la crisis añade necesidad y hay personas que hurtan lo ajeno a falta de tener dinero para pagarlo. Y lo que sucede es que nuestras tiendas y grandes superficies vienen haciendo desde hace años un esfuerzo tremendo en la adquisición de equipos que eviten robos, incluso con la contratación directa de seguridad privada para persuadir más a los cacos que actúan de día y de noche. Sólo por trabajar en estas condiciones de inquietud, vamos a decirlo así, nuestros autónomos merecen una protección expresa.
La cosa llega en ocasiones a que cuando entras en una tienda, si no te conocen, te puedan mirar de arriba a abajo. De todas formas, sobre la manera de atender en Santander, algún día escribiré al respecto. Pero, en el presente, entiendo que va a caer bien el anuncio de reforma de la legislación para endurecer las penas por hurtos al pequeño comercio. El que esté libre de haber hecho en su vida alguna gamberrada, que dé un paso adelante, aunque no es el caso. Andan por nuestras calles muchos rateros de caras sobradamente conocidas en los comercios, porque reiteran el delito continuamente. Sean nacionales o extranjeros, verse un tiempo en la cárcel en vez de recibir el ciento cincuenta aviso policial, a más de uno le puede hacer recapacitar para cambiar de vida en cuanto vuelva a respirar en libertad.