No será el caso de todos, pero muchos españoles que trabajan fuera, regresan a casa por Navidad. El árbol de la familia se muestra mustio y deshojado cuando tienes que tragar con el exilio forzado de alguno de sus miembros, debido a que propio país no le da oportunidades. Al Estado de un país, por exigir, hay que exigirle también que eche de menos a sus nacionalizados, aunque me parezca deleznable montar programas de televisión que cuentan lo bien que viven todos los españoles, allá donde terminan.
Lo más bonito de cualquier progreso es hacer lo que quieras, incluso vivir aquí o allá. Pero cuando te ves forzado a marchar y dejar atrás lo que más quieres, esto ya es un mal sentir que carcome por dentro a los que se quedan y no digamos a quienes se van.
Las últimas navidades donde la crisis ha añadido frio al frio, han sido chocantes ante el regreso, por unos pocos días, de miles de españoles que no quieren añorar más de lo que ya lo hacen a sus familias. Sufrir a un hijo a miles de kilómetros, en otro país, en otro idioma, no encuentra pañuelo que recoja tantas lágrimas lloradas.
Es verdad que las nuevas tecnologías acercan caras y voces voces como jamás antes. Pero abrazar y besar sigue siendo la mejor comunicación posible. ¡A otro perro con ese hueso de que nos tenemos que acostumbrar a educarles aquí, para que luego trabajen allá! La Navidad rompe este maleficio. Lo ha hecho siempre, desde que los españoles emigran. Volver a casa, con los tuyos, es el milagro menos discutido que se produce todos los años por estas fechas. Padres, madres, abuelos, hermanos y familiares en general, tienen bien ganada la bendición de soñar con volver a ver pronto a sus seres más queridos. Que regresen algún día de forma definitiva, es una incógnita en manos del destino. Al decir como consuelo que siempre quedará mañana, imagino que muchas familias se refieren a las próximas Navidades.