Es cansino pensar que llevamos en sangre o junto a las neuronas cerebrales un componente llamado envidia, que nos acompaña desde que nacemos hasta que faltamos. El retraso ancestral que arrastramos en cuestiones de empresa, sobre todo de educación y cultura, pero también de estar en sociedad como gente sana, amena, divertida y que da paso, viene también de lo envidioso. Me repugna la envidia, sobre todo porque lucho interiormente contra ella desde que tengo uso de razón. Hasta hoy, creo sinceramente, he ganado la batalla, pero es duro mantenerte firme en la cuestión sobre todo si te sientes rodeado de intrigas, zancadillas, chismorreos y el quítate tú para ponerme yo, aunque no se tenga idea de lo que se tiene entre manos. Mientras se está arriba, somos hacia las jerarquías muy agasajadores y pelotas, pero ahí como tengas una caída inesperada en lo que haces. Hace unos días enterrábamos a Adolfo Suárez de manera impecable, y todo eran elogios y entronización política y personal de su figura. Tuvo enemigos por doquier, olvido no digamos, y le quitaron de en medio, como se hace en este puñetero país, por el sólo hecho de ser bueno en lo que haces, liderar, y trabajar incansablemente.
Sí, la envidia es mortífera de necesidad. La palpamos desde el colegio, por cómo va uno vestido y otro no, porque sus padres le vienen a buscar a la salida con un coche u otro. El vecino de enfrente nos da igual, salvo por lo que tiene y las barbacoas que monta en el pequeño trozo de césped de su adosado. En el trabajo siempre está el tapado, esperando a que se carguen por envidia al que vale de verdad y ocupe su puesto el mediocre de turno. Por eso no hemos estado nunca a la altura de lo que deseamos con respecto a otros países. Evidente que la envidia es mundial, pero como aquí nada. Intentamos dominarla asegurando sin criterio ninguno que cualquier cosa que hacemos es la mejor del mundo. Pero lo cierto, lo palpable sin mayor esfuerzo, es que no sabemos o no queremos mejor dicho reconocer lo nuestro ni a los nuestros, en mayor medida por la envidia. Concluyo con una definición propia creada para la ocasión: en España, acción instintiva de hablar mal de algo o de alguien por el sólo hecho de que destaca, piensa, opina, trabaja y prospera.