El pobre de solemnidad siempre fue aquel que lo demostraba notoriamente, vamos, que estaba claro que no tenía dónde caerse muerto. El siglo XX convirtió la pobreza en simples estadísticas, y alzó y arrinconó a África en el continente hambriento por excelencia, donde por ejemplo diez de sus países son los más pobres del mundo. El siglo actual ha roto la orientación en que nos habían puesto las películas de ciencia ficción sobre que en el 2025 los coches serían naves que volarán por el espacio de las ciudades, para hablar de que lo que más habrá en el mundo entero serán pobres. Los datos te dejan más frío que pasar una temporada en el Polo Norte. Hay van: 25 millones de europeos vivirán en la pobreza en 2025; en el mismo periodo Esàña podría tener 20 millones de pobres; uno de cada tres pobres en 2025 será español y existirá una «una pobreza activa» que se da entre la población ocupada.
Esto último de la pobreza activa se las trae. Quiere decir que aunque tengas la suerte de tener un techo bajo el que vivir y un trabajo, puedes también en paralelo pasarlas canutas para tirar en la vida. Esto, en el lenguaje normal suyo y mío, lo que significa es avanzar en los años sin rumbo definido y sin siquiera llegar a saber lo que va a pasar o que nos podemos sustentar para quedarnos más tranquilos. La crisis actual, ya estamos en el año quinto, ha demostrado también que es como una ruleta rusa. La bala de la pobreza le puede tocar a uno, porque (de la noche a la mañana) su vida da un cambio total, y pasas a no tener nada porque incluso te quitan la solemnidad de la vieja pobreza. Lo que ocurre realmente lo sabemos todos, salvo que unos lo dicen y otros no. Llegará un día en que los datos sean escalofriantes y las calles demuestren más que ahora cuál es realmente la situación de muchos ciudadanos. Por cierto, cuando titulo pobres sin solemnidad, es que se les quita precisamente lo más digno que puede tener una persona libre, como es ser ciudadano de una sociedad que se sabe proteger a sí misma. No es el caso.