No debiera haber cortapisas a conceder el perdón cuando alguien lo pide pública y sinceramente. Desde el principio de la crisis hemos asistido a un sinfín de declaraciones, provenientes principalmente de sectores económicos, que al apreciar sus autores la rápida conversión de su palabras en sonora polémica, corrían al tiempo a pedir perdón a través de los medios de comunicación. La reiteración de exabruptos (salida de tono, respuesta descortés e insolente) está deteriorando un tanto la inclinación natural que las personas tenemos hacia el perdón. “Que si hay que trabajar más por menos”; que quien dijo lo anterior está en la cárcel por estafa y dejar tirados a sus trabajadores; “que quien se va de una empresa debería indemnizarla”; o que “hay trabajadores que no merecen siquiera el subsidio que reciben como parados”. ¡Perdón, perdón, perdón!, pero semejantes y provocadores disparates jamás deberían haber tomado difusión gracias al micrófono en el que fueron pronunciados. La crisis es una desdicha total, un sufrimiento personal, un terrible cáncer social, como para juntar palabras hasta hacer de ellas una frase estupidez con la sola intención que aparecer en los medios de comunicación.
Hay perdones que no tienen perdón, sobre todo por la insistencia en colar determinados mensajes sobre paro, sueldos, productividad, y que empresas muy concretas ganen más dinero, vamos a decirlo todo. Se está jugando peligrosamente con el hecho de cometer un error, pedir excusas, y que sean aceptadas como un desliz, algo que se dice sin pensar o meter la pata, que humano es. Ahora bien, nada bueno se puede pensar cuando cada cierto tiempo la supuesta metedura de pata viene a ahondar en lo mismo: trabajadores, su productividad, sueldo y pérdida de derechos adquiridos. Poco se habla de mejoras en estos mensajes, y de lo que se va a hacer para crear más empleo tas una reforma laboral que se supone está hecha para lograrlo. La legislación laboral idónea a todo país es aquella que crea equilibrio entre producción y creación de riqueza general. De ellos se benefician las empresas, los estados y, por supuesto, los trabajadores. Cuando ganan todos, gana el país. Cuando uno arremete contra el otro, aunque en medio se apele al falso perdón de lo dicho o lo hecho, ¡feo y muy malo!