Curie, Marie; Luther King, Martín; Einstein, Albert; Sartre, Jean Paul; Fleming, Alexander; Solzhenitsyn, Aleksandr; Mandela, Nelson, son para mi gusto los siete apellidos mundiales más importantes en la historia de los Premios Nobel. Añadiría uno que nos acaba de dejar: García Marquez, Gabriel. La paz, la ciencia y la literatura les unió y nos mantiene esperanzados al resto por el avance que supone el nacimiento cada cierto tiempo de un hombre y una mujer que aporten mediante su trabajo avances decisivos a la humanidad. La inteligencia que proporciona equilibrio en todo aquello decisivo es en efecto un bien escaso y muy apreciado. Está además eclipsada por la necedad y la avaricia incontrolada, de ahí que los grandes descubrimientos y la creación de obras únicas en la historia nos generen esas esperanzas de las que hablo. Los Nobel tienen sus luces y sombras, me refiero a lo de dar un reconocimiento tan grande a quien realmente no lo merece, pero a fin de cuentas, cada uno tenemos uno o varios nombres de referencia, como para mí son Martín Luther King, Nelson Mandela o Gabriel García Marquez. Los referentes son obligados, sobre todo en un planeta habitado por tantos millones de personas descolocadas, una gran mayoría pobres de solemnidad.
Salvo excepciones, un Nobel supone la diferencia, la antítesis al discurso oficial, porque se espera que sus pensamientos sean razonados y razonables sobre los desequilibrios que los gobiernos eternizan. ¡Pobre de aquel que tenga que recoger en los próximos años el Premio Nobel de Economía!. Y tampoco es como para perder de vista a la paz con tantos focos calientes como hay ahora de un punto a otro del planeta. Sí, necesitamos de la inteligencia que supone dar pasos que favorezcan a todos, porque mucho de lo viejo conocido está sencillamente caduco, empezando por el reparto del trabajo. Cuando un gran Nobel nos deja definitivamente, desaparece con él un pedazo de sabiduría. No está todo perdido porque queda el legado. En los Nobel, en estos ocho apellidos Nobel, me gusta pensar que refuerzan lo esencial para vivir más dignamente. Curie dejó claro que la genialidad no tiene sexo. Luther King entregó su vida para matar al racismo. Albert Einstein hizo el universo más pequeño y comprensible. A Jean Paul Sartre le debemos la terapia que siempre es reflexionar. Y a Solzhenisky, crear lo que sea, pero en libertad. Los dos últimos que han muerto recientemente, Mandela y García Marquez, hacen sentir orgullo a la generación que les vio nacer y morir, como herederos natos de su principal aportación al mundo: salvaguardar todas las libertades por las que ellos lucharon con sus pensamientos y acciones.