Aprovecho la presentación de algo llamado plan de regeneración democrática, que ataña principalmente a la prensa, para hablar del delicado momento social-periodístico. Con la entrada en un nuevo siglo, los cambios experimentados por los medios de comunicación han sido radicales. Hoy mandan las redes, que también dan noticias, que en demasiadas ocasiones resultan ser falsas. Gay Talese, uno de los padres del Nuevo Periodismo (ya viejo), denuncia que la personalidad del periodista ha sido disminuida por las tecnologías, desde el móvil a las webs, muchas infumables. Si ya es mal escenario, la puntilla no puede venir de permitir un mayor control de la información, a gusto de los Gobiernos.
Qué pensaría hoy el gran maestro de periodistas que fue Gabriel García Márquez del momento actual de poderío absoluto de las redes sociales, de las fake news, y de las grandes corporaciones de comunicación,al servicio único del relato falso e interesado. Gabo dijo un siglo atrás que “los periódicos han priorizado el equipamiento material e industrial, pero han invertido muy poco en la formación de los periodistas. La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia”. Hoy, ahora, se ha perdido hasta la noticia, porque cada medio de comunicación la cuenta a su manera, bien para preservar la reputación de algún personaje influyente, bien porque no es buena para el Gobierno al que sirve informativamente, o bien porque el suceso choca con los intereses de alguna multinacional concreta, que al tiempo es accionista del grupo mediático que concentra televisión, radio, periódico digital, y a los periodistas que trabajan dentro de los mismos bajo un guion preestablecido o reglas, que antaño se llamaba línea editorial, pero que hoy es guerra sin cuartel entre medios en defensa de relatos políticos contrapuestos.
Señoras y señores, se ha instalado entre nosotros la manipulación permanente. Convencer de que lo blanco sea negro, al pensarse que tragamos con todo, en parte es cierto, porque el poder y las conocidas como sus terminales mediáticas tienen una forma de informar de la que se deriva tomadura de pelo, y creencia de que el ciudadano no ha de opinar por sí mismo, sino que lo ha de hacer en torno a lo que se le predique en un determinado momento desde este nuevo periodismo, que bien poco tiene hoy de servicio público a la sociedad.
Cuanto lamento haber utilizado la expresión nuevo periodismo. En la Facultad de Periodismo de Barcelona tuve por primera vez contacto con ese mismo título, en el libro de Tom Wolfe, otro grande, que habla de esta forma de hacer información, que imperó en los mejores años del siglo XX. En mi oficina cuelga la foto de un superviviente de aquella gran época para la profesión periodística. Se trata del genial y elegantón Gay Talese. Este es también el problema. Fueron únicos y, para nuestra desgracia, ya no se dan periodistas cuya primicia haga caer Gobiernos y presidentes, como sucedió con Carl Bernstein y Bob Woodward (The Washington Post), por su investigación sobre el caso Watergate, que provocó la renuncia en 1974 del presidente norteamericano Richard Nixon.
“Se ha instalado entre nosotros la manipulación permanente, pensar que tragamos con todo y que el ciudadano no ha de opinar por sí mismo”
Luego volveré con Talese, porque a lo mejor sus valoraciones nos sirven de revulsivo a los periodistas para no perder nuestra personalidad y las reglas inquebrantables que han de marcar el trabajo de informar (el mejor oficio del mundo, decía Gabo). Antes quiero pararme en que el Gobierno de España pretende impulsar un plan de regeneración democrática, que mire usted por donde podría abarcar muchas de las cuestiones del engranaje gubernamental y administrativo que no funcionan, pero en cambio este plan pretende centrarse básicamente en la prensa, cómo informa, y aplicar controles e incluso recortes a su financiación, sobre todo mediante la publicidad institucional. En todo este debate que se inicia, no les voy a engañar, reaparece también el viejo fantasma de la censura, bien impuesta sibilinamente, bien decisión voluntaria de los propios medios y sus profesionales.
Desde la gran irrupción de Internet que fulminó el papel y obligó a la digitalización, después las redes autoproclamándose autopistas de la información, y la pandemia de covid como remate, las tradicionales cabeceras o grupos periodísticos no pasan por su mejor momento económico, algo que pone todas las trabas a contar con suficientes periodistas y desplegar su trabajo informativo e investigador en los más variados campos, desde el político, económico, social, cultural, tecnológico o de ocio. Todo ello ha llevado a la situación actual, que Gay Talese describe como que la personalidad del periodista ha sido disminuida por la tecnología. Pero afirma mucho más en una reciente entrevista que le hace el medio mejicano Gatopardo. El periodista pregunta a Gay cómo ve el momento actual. Y contesta: “Los periodistas de ahora no tienen sentido de sí mismos. No tienen la sensación de que están en el reino de los artistas. Si escribes con perspicacia, hay una cierta forma de reconocer ese logro artístico. Hoy no veo cómo los jóvenes periodistas podrían experimentar el orgullo que mis contemporáneos y yo experimentamos cincuenta años atrás: Tom Wolfe, Joan Didion, Norman Mailer, David Halberstam, Pete Hamill, William Buckley. Trabajábamos para un diario, una revista. Teníamos algo de estatura, algo de orgullo, algo de imagen, un estilo reconocible. Estilo…”
Al menos en España, hoy la profesión presenta demasiadas grietas, que al final se traducen en una gran fragilidad a la hora de trabajar con independencia, y limitarnos a contar los hechos como son. Nos atacamos entre nosotros (¿dónde queda el estilo?), principalmente usando las redes (la BBC regula el uso de las redes sociales; sus trabajadores deben mantener la imparcialidad, no expresar opiniones políticas, ni apoyar campañas). De nuestras propias actuaciones y enfrentamientos se desprende una gran debilidad, que los poderes utilizan para presentar planes que denominan de regeneración democrática. La sola mención debe dejar atónito a cualquier periodista. La democracia no se reescribe a capricho del momento. Se basa en principios irrenunciables e invariables. La política gobierna y legisla, la justicia protege por igual a todos los ciudadanos, y los medios y sus periodistas informan lo mismo de la normalidad que de las irregularidades e injusticias que se cometan. Cualquier alteración de este orden invita a entonar, como ocurre ahora, que “Sin libertad de prensa no hay democracia”. En la primera línea de esa demanda han de estar todos los periodistas, sin excepción alguna.
“En este debate que se inicia, reaparece el fantasma de la censura, bien impuesta sibilinamente, bien decisión voluntaria de los propios medios”