Creo recordar que el reconocimiento varonil a que las mujeres estaban en la cresta de la ola y lo ganaban todo, empezando por las oposiciones, empezó allá por los años 90 y terminó, de un portazo, en el inicio de la crisis en 2007. Siempre me ha dado risa tonta la creación de un observatorio de algo, para que luego no sirva de nada, pero voy a defender la existencia de tres por encima de los demás. Empiezo por el observatorio de la igualdad, continuo con el observatorio del racismo y termino con el observatorio del empelo, especialmente dedicado a los jóvenes. Cuando se exaltaba tanto a finales del siglo pasado y comienzos de este la profesionalidad de las mujeres en todo lo que se proponían y acometían, poco podían sospechar que la crisis iba a actualizar expresiones como “el hombre en la plaza, y la mujer en casa”, o que los comentarios sexistas vomitados en los medios de comunicación iban a volver a cobrar un protagonismo que las mujeres no quieren ni necesitan.
Me desagrada todo el devenir que está tomando el trato a la mujer, de palabra, y que los comentarios puedan ser escuchados y aceptados socialmente, con total normalidad, y de paso se hagan eco los niños. Hasta emigrando a otros países en busca de un trabajo que su país les niega, las jóvenes mujeres españolas demuestran más iniciativa, crítica, reproche, y movilización ante lo que es a todas luces una injusticia. La mujer tiene que ser mentada por sus logros, igual que los hombres, y no para hacerla de menos cuando se habla de cualquier asunto de la actualidad diaria. Es la publicidad y los programas rosas los que esencialmente siguen haciendo un flaco favor a las mujeres. ¿Qué por qué lo digo? Porque más que su inteligencia y capacidad, se paran en sus cuerpos, en sus piernas, en sus escotes, en sus vestidos y en sus relaciones personales y devaneos o meteduras de pata. Casos raros se dan en todas las especies, porque en ocasiones es la propia mujer la que se hace un flaco favor. Pero entonces los hombres nos llevamos la palma en lo de las torpezas de todo tipo. En conclusión, me gustaría que el impulso, el control y velar por la igualdad fuera todo lo riguroso que la cuestión merece. Ante todo, son las instituciones de todo ámbito las que deben velar por ello, y concluyo con la responsabilidad que tienen los medio de comunicación de no caer en las continuas provocaciones de los sexistas, que en este país, me temo, son todo un ejército.