Hace unos días, preguntado Rubalcaba sobre actuaciones inmediatas en su partido, contestaba: ¡dios sabe lo que pasará! Sin citar más ejemplos políticos, cada vez conozco a más personas que ya no preguntan por su suerte a una moneda de cara y cruz, sino que lo empeñan todo a sus propias creencias religiosas, siendo ya en lo único que creen, porque todo lo demás (piensan) les ha fallado. Incluso por las redes sociales no dejan de transmitirse tréboles de la suerte, imágenes de santos, rezos y pensamientos filosóficos, todos tendentes a pensar que, siendo persona más piadosa, vuelves a tener trabajo o dejas de tener mala suerte en las cosas cotidianas de la vida. Meterse en sentimientos propios es de por sí bastante complicado, como para probar con los ajenos. Cada cual es cada cual, y a mí me parecen muy bien las ideologías y religiones diferentes, porque de otra manera sería un mundo más aburrido que el actual, donde casi todo se simplifica de más a menos: ricos y pobres, guapos y feos, mejor o peor vestidos.
Pero ampararse sólo en lo que creemos a ciencia cierta no crea empleo, no pone la comida en la mesa, ni genera prosperidad como tantos españoles quieren para sí y para sus hijos. Niego la mayor que el Estado esté para infringir en ocasiones dolor. Cualquier Gobierno tiene que procurar el bienestar ciudadano, y para ha de tomar medidas iniciativas cada vez mejores para favorecer con ellas al mayor número de población posible. Ya sé que la felicidad no es completa en ningún país del mundo. En Estados Unidos, los niños empuñan armas y les ha dado por matar a compañeros de clase. Rusia aplasta a cualquier país cercano que se mueva, y Europa está más perdida hoy que una gallina en el bosque de lobeznos. ¡Vamos!, que antes de la crisis, no eramos perfectos, pero el estancamiento del que se habla para años venideros no se puede fiar a lo que los dioses elijan para mañana, si llueve o hace sol.