La gran debilidad del mundo es que siempre se ha basado en la importancia de los imperios en vez del interés por los ciudadanos. Que si imperio político, económico, tengo más cuadros en el Louvre o guardo lo de Egipto y Grecia en el Museo Británico, robado evidentemente a sus legítimos propietarios. Las personas están también contagiadas cuando piensan que tienen en sus manos un imperio de algo. Las naciones crearon un día la ONU para despistar y hacer ver que se reparten entre países las decisiones que al final toman unos cuantos imperios económicos y militares como Estados Unidos, Rusia o China. Los demás estamos a su vera y a lo que decidan en un momento dado. La comida, el agua, los alimentos, el petróleo y las energías son la madre de todos los imperios. Como si fuera la gasolina que mueve mente y espíritu, las religiones también. Nos hemos convertido en una civilización donde no se puede jugar ni dibujar nada referido a las religiones existentes. Dónde queda la libertad de expresión, también me lo pregunto yo, pero el caso es que cualquier dibujante de periódico, aquí y allá, se lo piensa dos veces a la hora de caricaturizar a un dios u otro.
Los imperios ahora están mutando pluma, sobre todo porque hay un paro acojonante, que les ha metido cierto tembleque en el cuerpo. La revolución a pie de calle es el gran temor a combatir, aunque luego te encuentres con lo que ha pasado en Egipto o con el 15 M, más de acampada este último. Los que mandan han decidido tomar un rumbo fijo: endurecer la economía, asegurar la riqueza, espiar a todo dios, y tener muy controlados a los que puedan tener un mensaje que se aparta del oficial, sea hablado en inglés, en Español, en alemán, francés, chino, árabe o japonés. Ni sabe, ni puede, ni quiere el mundo reinventarse, quizás para hacerlo un poco mejor en la redistribución de fuerzas y riquezas de primera necesidad. Los imperios ya son malditos, y lo van a seguir siendo.