A los que insultan en Internet les llaman trolls, pero lo cierto es que, por esta regla de tres, los trolls caminan por todas partes. Creo que, en la vida, hay que distinguir entre el troll tonto y el troll malo y dañino, que llega incluso a desear la muerte ajena. En alguna ocasión he escrito que, pedir perdón después, es abusar de la comprensión de los demás, hartos del todo de lo que nos rodea y de una crisis que nos ha machacado vivos. Hablando de crisis. Toda una paradoja que cuando comenzó nadie quería deletrearla (C-R-I-S-I-S), y ahora, quienes la provocaron mayormente, no dejan de mandar mensajes para que se erradique la palabreja, aunque nadie hace caso y seguimos teniendo la crisis a flor de piel. Es lo que tienen las conciencias en manos individuales, despejando toda duda de que sean las televisiones y ahora Internet los que mandan en el mundo desarrollado, a la hora de que hagamos (manipulados e influenciados) unas cosas u otras. Haber dejado sin trabajo a millones de personas en todo el mundo, no puede tener cerrojazo posible. Creo que ya no somos iguales a antes de la crisis, desde 2009 a hoy. Por ejemplo: estamos siempre alerta ante el caso de algún conocido haya vuelto con mucha suerte a emplearse. Otra: cualquier gasto, de ahora en adelante, es susceptible de encontrar el mejor precio posible, porque el dinero en los bolsillos escasea, y las gafas que quieres comprarte para el verano, resulta que en un escaparate están a 100, en otro, igualitas, a 80, y en Internet a 60 sin gastos de envío. Todo se mira con lupa de gran aumento, y lo mismo han aumentado los trolls, dentro y fuera de Internet. Están en todas partes, empezando por los medios de comunicación que acostumbramos a leer, ver y escuchar.
Los trolls dicen lo primero que les viene a la cabeza, y, claro, el problema está cuando de tamaño de frente se tiene un dedo, a lo sumo dos. Suelen hablar barbaridades de calibre, y no pasa nada. Fijarse en Internet, cuando en la tele hay lo que hay, tiene tela. Como digo, hoy el troll ha subido a la superficie. Está en los debates televisivos, en las venganzas, en los machismos trasnochados, y en las llamadas a la radio para hablar de jugadores de fútbol y plátanos. Los trolls son tan malignos como aparecen en la serie de dibujos animados David el gnomo. Los del gnomo se comen sus mocos, los de ahora, su bilis. La crisis y todos sus desmanes buscan una cierta justificación a cosas que dicen y hacen los trolls, pero no debe ser así. No se puede nadie tomar la justicia de su mano mayor, ni tampoco calumniar por calumniar o sembrar odios. Se ve mucho de todo esto, y negarlo es también de troll. Por mucho que digas a los de esta especie que se corten un pelo, no hay nada que hacer. Lo único que les anula (pero nunca se exterminarán), es que por uno de ellos, hay cien sensatos que creen realmente en una libertad de expresión con formas de hablar, escribir y comportarse, asumida la mala historia que conlleva actuar con odios que tiene a las espaldas la humanidad.