Hace nada, leí un artículo de una madre coraje que iba a buscar a sus dos hijos a diario al colegio, caminaban los tres juntos cuatro kilómetros o así, comían en un comedor social, y, al acabar, de vuelta otros cuatro kilómetros al colegio. Preguntada la madre por qué tanta caminata y sacrificio, la lengua se le aturullaba de contestar tan rápido que “por mis hijos, lo que sea”. En España se está pasando hambre y necesidad, pero un Estado que va de rico no lo puede reconocer por razones de orgullo nacional. El día en que The New York Times, el periódico más influyente del mundo, sacó en su portada a España, con la foto de un hombre buscando comida en un contenedor de basuras, los teléfonos diplomáticos echaron chispas para explicar en los Estados Unidos y el resto de la Unión Europea que se trataba simplemente de una anécdota aislada. Pero no es así.
Esta semana ha habido un rifirrafe sobre que los hijos desnutridos y hambrientos son por causa de los padres. Es como una pescadilla que se muerde la cola, porque si los padres no tienen donde caerse muertos, sin trabajo ni recursos, cómo pueden hacerse cargo como debieran de poner un plato en la mesa para que sus hijos coman. Este es un verano donde muchos colegios no han cerrado para mantener sus comedores abiertos y los chavales acudan a desayunar y almorzar. Los bancos de alimentos se ven desbordados cada dos por tres, porque no dan abasto. A Caritas le debieran de dar el Nobel por todas las comidas, ropa, dinero, ayudas, medicinas y trabajos que proporciona. Sus voluntarios, igual que los de todas las oenegés dedicadas a ayudar al prójimo, algún día serán reconocidas como las que más han contribuido a paliar el hambre y la necesidad que origina esta crisis. En alguna ocasión, me han trasladado cómo hasta familias muy conocidas en pueblos y ciudades, y que nunca tuvieron problemas económicos de ningún tipo, acuden por la puerta trasera, para que nadie les vea, de los comedores sociales y recibir así sus bolsas caritativas de alimentos. No hay peor vergüenza que alardear de lo que no eres y de lo que no tienes. Pero yo no le hecho la culpa de tener hambre a los niños, ni a sus padres que buscan un trabajo, ni a los que se descomponen de nervios por tener que acudir a una Cocina Económica. De hecho, tampoco busco culpas. Quiero soluciones en un país que sigue yendo de rico, pero con colas para entrar a tiempo y comer caliente en algunos de los muchos albergues del mendrugo de pan que hay.