Los dedos, y no la cabeza, ordenan en los iconos que aparecen en las pantallas de las tabletas y ordenadores, cuya presencia se cuestiona ahora en las aulas porque no parece que enseñen tanto como se presumía. Vuelve a ser la pregunta del millón: ¿la máquina o mejor el factor humano? Especialmente con los móviles, nuestros jóvenes están casi descerebrados del todo como para responder a semejante galimatías. Para bien o para mal, los mayores educamos (o no), consentimos (o no), pasamos (o no) o insistimos (o no), y la televisión lo remata finalmente con pésimos ejemplos.
Nada como una persona para educar a otra persona. No voy a entrar en los que hacen los ordenadores, porque son útiles de verdad. Aunque no pueden sustituir jamás la conversación y el traspaso del saber de los padres, la gran experiencia de vida de los abuelos, ni a los consejos de los hermanos mayores. Las mejores lecciones se imparten en casa. Ciertamente, el uso de las tecnologías por parte de niños y jóvenes bien merece un debate serio y con resultados visibles. Los chavales viven pegados a sus móviles, y parece que les falte la respiración si se ven abocados a no tenerlo. Su pesadez pidiendo que se les compre el último modelo del mercado es insufrible. Esa es otra: la mayoría de chavales utiliza teléfonos cuyo coste supera en mucho el sueldo que ganan en la actualidad muchos españoles.
Finalmente, la escuela es la pagana de una situación rocambolesca que se permite en el hogar. Si con cinco años, el niño ya tiene móvil, estamos haciendo un zote en potencia que no lee libros y que no sabe comunicarse de palabra o por escrito, porque todo lo hace mediante su Smartphone. Niños y tecnologías; niños y Redes Sociales; niños y que tengan el último modelo de tableta, ordenador o móvil… Malas combinaciones todas ellas si no se educa mediante la enseñanza del buen uso de las máquinas, y los momentos del día en que hay que utilizarlas o apagarlas. A la hora de desayunar, comer o cenar, no se puede utilizar el móvil. La cama es para dormir, no para seguir con lo mismo que has estado haciendo todo el santo día. Los colegios hacen bien en ser exigentes con los alumnos y su atención en clase sin maquinitas de por medio. Lo mejor sería que salieran de casa sólo con la mochila y los libros, pero resulta que esta batalla, muchos padres, la han dado ya hace tiempo por perdida. ¡Peor para todos!