Las guerras lo matan todo y dejan secuelas que nunca cicatrizan. Llevamos años contando historias (malas todas ellas) de los grandes conflictos bélicos que ha tenido el mundo, empeñados como estamos en enfrascarnos en el duelo mortal que es una declaración de guerra. Hoy ya no se declaran, se hacen cuando lo dice la ONU. El terror que infringen, con muerte, destrucción y desolación al paso de cañones y tanques, tampoco ha cambiado con los tiempos, y por eso lo que hacen los yihadistas machacando el arte sirio no es nuevo.
El 12 de marzo de 2001 el mundo veía por televisión la noticia de que los talibanes habían dinamitado los gigantes budas de Bamiyán. En mi vida había oído hablar de ellos, ni siquiera los había visto por fotos, pero el caso es que nos pusimos alerta ante la destrucción del patrimonio cultural de la humanidad que en este caso suponían estos dos colosos de 55 y 36,5 metros de altura. Fueron esculpidos en roca entre los siglos II y IV. ¡Sin comentarios! Está visto que no fue ni mucho menos un hecho aislado, porque al denominado Estado Islámico le ha dado por decapitar a extranjeros y seguir con lo de las estatuas, convencidos como están de hacer mucho daño moral divulgando imágenes del arrasamiento de museos enteros como el de la ciudad irakí de Mosul. Algo así no tiene explicación posible, pero los corresponsales en la zona lo narran como que los mazazos que llevan en la cara y la cabeza las esculturas del Imperio Asirio es porque son ídolos contrarios a Alá.
Los nazis también odiaban el modernismo, pero lo robaban de los museos para colgarlo de las paredes de sus casas, conscientes del valor que alcanzarían algún día aquellos cuadros y esculturas que les parecían degenerados. Hastea las guerras antiguas se hacían salvaguardando el arte de los bandos enfrentados, pero esto ya es historia en Afganistán, Siria o Irak. Hay una película, “The Monuments Men”, que cuenta como a finales de la Segunda Guerra Mundial el gobierno de Estados Unidos promovió la creación del Programa de Archivos, Bellas Artes y Monumentos, que serían los conocidos como “Monuments Men”. Se trataba de un destacamento de soldados encargado solamente de rescatar, catalogar y preservar las obras de arte robadas por los nazis en los diversos países ocupados. Tras el desembarco de Normandía, el ejército nazi se iba retirando al tiempo que quemaba todo a su paso, incluidas pinturas y esculturas.
Quizás sea momento de recuperar a los “Monument Men” dentro de los propios países donde un puñado de fanáticos hurta la historia que pertenece, no ya a la humanidad, sino a los pueblos y a los habitantes donde fueron levantadas siglos atrás. “No puedo ver coraje ni sacrificio en la destrucción de la vida o la propiedad, ya sea como ofensa o defensa”. Que estos zotes lean también a Gandhi.