En un país de apariencias no resulta difícil alterar palabras y comportamientos a la conveniencia del momento. La ética tiene una definición muy clara en el diccionario, pero explicada a un niño es decir sí y no, cuando corresponde pronunciar uno u otro monosílabo.
Los grandes hombres y mujeres que reconocemos como tales, lo son porque vemos en ellos honestidad, gestos humanos, razonan los hechos, y resulta difícil que al final de una larga trayectoria personal, profesional y política, te enteres por la prensa de que se pasó ese mismo tiempo llevando y trayendo billetes de 500 euros de Suiza. Hablar de España y ética es muy complejo, por no decir difícil. Un día estás en un partido político y, al siguiente, en otro; una mañana te levantas como el buen fontanero que eres y, a la siguiente, quieres montar una inmobiliaria para luego quedar arruinado del todo en esta última gran crisis económica, que no será la última.
En esta vida, no es lo mismo que un joven lea “Ética para Amador”, de Fernando Savater, a que absorba los contenidos de “El arte de la guerra”, de de Sun Tzu. Uno te explica la diferencia entre actuar bien o mal. El otro te presenta la saña, la traición, el chaqueterismo, lo falso y organizar un poder personal en torno a la mentira, que puede llegar a ser en un momento dado montar estrategias personales, todas ellas hipócritas, para salirte con la tuya.
Las buenas apariencias hay que demostrarlas, y no tener miedo a que te llamen ingenuo o buena y sincera persona. Sigue siendo más fuerte la postura de que se valora más al enredador, al intrigante, que a la persona que sabe hacer bien su trabajo y lo demuestra con su actitud tranquila y respetuosa al cabo de un día. Aquí tenemos un problema de base, sangrante, con respecto a la verdad, a los comportamientos en política, en economía y en la tele también. Así es muy difícil avanzar como las circunstancias requieren, porque las cosas que se pueden llegar a ver, son muy difíciles de que se den en las naciones que más siguen sonando en el mundo por el respeto que generan en sí: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y Japón. Nos diferencia de ellos algo esencial: quien miente, lo paga, y quien llega a demostrar que es un falso, también.