Una máxima de buen comunicador asegura que es mejor contar una buena información al año, dos si quieren, mediante la que se vea el trabajo, el esfuerzo y la búsqueda de prosperidad, que treinta o cuarenta intervenciones en medios, en el mismo periodo, que no sirven a la postre para nada. Por la primera, te recordaran y, lo más importante, te valorarán. Por la segunda, tercera, cuarta y quinta declaración inútil, no les puedo asegurar en concreto lo que puedan llegar a pensar de uno los ciudadanos en general, pero, desde luego, nada bueno.
Vivimos en un país de ocurrencias estériles. Además: no es verdad que alguien sepa opinar de todo, lo mismo de política, que de sucesos, que de deportes. Jamás he aceptado acudir a una tertulia futbolera, ni lo haré. A la trascendencia que tiene divulgar la información hay que tenerle siempre un respeto. No es que quiera pararme en nada concreto y si un poco en todo. Para hablar de lo que pasa a nuestro alrededor, hay que tener una mínima percepción (y preocupación auténtica). Si no se puede aportar nada constructivo sobre la crisis, el paro, la recuperación, los desahucios, el hambre, la violencia de género o los refugiados, uno está más guapo callado. La auténtica solidaridad es la que se lleva a cabo siendo parcos en palabras y prolijos en hechos.
A diario, sobran demasiadas valoraciones y expresiones que, llegando a hacerse públicas, no van a ninguna parte y, por tan simples, ofenden más que gustan. Luego los culpables son los medios de comunicación que las difunden, que han distorsionado el mensaje, cuando no es así. No ofende quien quiere sino quien puede. Las injusticas, la corrupción, los despropósitos y derroches… Hay muchas cuestiones que atajar, aunque aquí estamos acostumbrados a perdernos en lo baladí, lo intrascendente, en la última ocurrencia absurda. Pienso que muchas veces es lo que interesa. Es mejor no facilitar que se piense, que se opine, que se tengan convicciones propias sobre determinadas cuestiones que interesa que sigan como siempre. Aquí estriba en gran medida el aburrimiento crónico que mostramos hacia las mismas cuestiones que se debaten una y otra vez, una y otra vez, hasta nunca terminar. Últimamente, las noticias en la radio son las mismas un día tras otro. No es sólo lo malo. Es que en este proceso va incluido el insulto, el “tú más”, los dimes y diretes, la manipulación, la exageración o la calumnia. Con todo, no nos podemos rendir, ni mucho menos claudicar el poder social, es decir, la ciudadanía. Hay que seguir educando en todo lo contrario, hasta que el cambio llegue algún día y pasemos con nota la prueba del algodón, esa de que somos porque pensamos.