Rabia, ira, mosqueo, irritación, enojo, a fin de cuentas todo viene a ser lo mismo: sentirse mal. No se me pida posteriormente que ahonde en la afirmación que estoy a punto de hacer, pero es que la rabia da gases. Con una mente y un cuerpo rabiosos, no hay cristiano ni no cristiano que conviva. ¡Pues nada!, somos dados a hacerlo. Se aguanta a un mamón de novio que tiene la mano muy ligera, y al que más adelante nos llegamos a unir por lazos matrimoniales. Hemos creado (la crisis sólo ha hecho que adormecerlo) una sociedad superchachi de boca cerrada para que no entren moscas, en la que primero reinó durante cuarenta años Isabel Preysler y ahora está preparando para ponerle la corona a su hija Tamara Falcó. Sí, es ese estado de cosas que lo explicas con la frase tan familiar de que “si no hago todo lo que veo, me meo”. El antidepresivo que aplaca el dolor de rabia se llama personalidad. Es rara de encontrar, no crean. Ni la ley educativa anterior ni la nueva que se acaba de aprobar, se para en formar a los chicos en ser muy ellos mismos. De serlo, lo siguiente sería que pedirían pensar; de pensar, lo siguiente sería que levantarían la mano para hablar; de permitírselo, lo siguiente sería que tendrían tal compromiso con todo lo que sucede a su alrededor, que se meterían en lo que no deben. ¡Y no, hijo, no. No puede ser!
A los poderes conocidos les va más la rabia que la personalidad, aquí, no hay debate alguno. Cada caso de rabia requeriría de un orientador que te acercara a la luz cálida de lo que significa ser uno mismo, y empezar a tener ideas de todo tipo, aunque al principio parecieran disparatadas. No voy a negar que ha habido grandes pensadores que, siendo unos genios, aún tenían secuelas de cuando padecieron rabias. Se han quedado con lo peor de ellas, los gases. Demostrar la rabia es también cuestión aparte. El medio que mejor lo hace es la televisión. ¡Oye, y además es que quieren transmitírtela! No, no, que yo ya tengo bastante con lo mío, como para cargar con la rabia de Kiko Matamoros. Lo mismo pasa con gobiernos, crisis, políticos, desempleo y, por decirlo todo, amigos. Nadie puede levantar las manos en señal de triunfo liberador porque, a la vuelta de la esquina de cualquier lugar, la rabia resulta que ya es crónica. Así y todo, hay que luchar siempre, aunque sólo sea por un día sin gases.