Publicado el 23 de enero de 2010 en el Diario Montañés
Qué gran verdad es que la muerte es una amarga pirueta de la que guardan mayor recuerdo los vivos. Me quedo más pancho si me explayo diciendo que la vida es una mierda, y que siempre está jorobando la marrana por llevarse demasiado pronto a los mejores, cuando están en plena juventud, y no merecen la muerte, que podía haber esperado toda una vida, hasta que nos toque por edad muy avanzada. Esto fue lo que le sucedió a nuestro recordado Talo Beraza, ya camino de dos años. De un lado a otro de Santander, muchos somos los amigos de Talo que cruzamos conversaciones diversas, pero que tienen como denominador común recordarle. Era muy buen tío, de esos que te hacen pensar que los pobladores de este hermoso globo llamado tierra aún tenemos remedio, aún estamos a tiempo de reconducir muchas situaciones. Talo Beraza lo veía así, lo pensaba así y lo expresaba así. En las aceras de las ciudades, con las prisas, cada vez hay menos palabras, cada cual va a lo suyo y lo que le pasa al de al lado, ¡es cosa suya! La mejor foto de Talo fue la que hizo con respecto a las relaciones personales. Esta instantánea marcó su forma de ser, y que los demás le viéramos como aún le tenemos presente. La cara de Talo no se borra tan fácilmente, creo más bien que es imposible.
Hay otra frase hecha, falsa además cuando no se siente de verdad, de que a tal o cual será imposible olvidarle nunca. T.B. ha dejado huella, ¡sí señor! Tuvo un adiós dulce, pero absurdo. Poco importa ya el por qué si queda el tipo fantástico, del que podría decir mucho de gran fotógrafo, pionero, profesional como pocos… ¡Na!, como son los auténticos fenómenos, un buen día dijo se acabó a todo eso y apostó sólo por ser feliz con los suyos, y se puso a hacer aquellas cosas que realmente le importaban. No espero a un cambio de año o a tener suficiente edad para madurarlo más. Con lo que no contaba era con una muerte adelantada, injusta casi siempre, pero con Talo se pasó tres pueblos. Algo quedó de su ser y sentir dentro de los que le conocimos. Está aún en la penúltima pirueta de su vida, porque la última no ha llegado ni llegará nunca mientras los que le tratamos nos paremos en la calle y, dentro de la conversación, salga a relucir lo que Talo hubiera dicho o hubiera hecho en tal o cual situación.