El subidón de la luz a altas alturas de la crisis, es como si te roban en la calle, te dan encima una paliza, y por si fuera poco te dejan en pelotas porque se han llevado hasta tus calzoncillos. El consumidor ya no está ni para esta ni para otras gaitas, tan harto de una economía que nos ha dejado la cartera en estado permanente de anorexia. Tiene que haberlo visto hasta el Gobierno, cuando dice no a una subida del once por ciento a partir de enero en la factura de la luz. Sería tanto como dar tal vuelta de tuerca en España, que ajustes y más recortes se pusieran a la altura de lo que se ha hecho en el vecino Portugal y en la lejana, pero también europea, Grecia. El tarifazo amarga las Navidades a cualquiera, pero lo peor es que te mantiene en un estado permanente de cabreo y de cagarte en la madre que lo parió durante todo el 2014. Las eléctricas son insaciables y lo van a ser siempre. Quererlo explicar al consumidor con frases huecas como que si es por las subastas de la luz, que si por el déficit tarifario, y más y más lenguaje retorcido y falsario, es como que haya
un terremoto y quieras convencer al personal de que todo ha sido debido a vientos de noventa kilómetros por hora. No hay cosa que más joda que le hagan a uno lo blanco, negro. Pero también que lo que gana, le dure menos en el bolsillo que un caramelo a la puerta de un colegio.
La recuperación de la crisis no va a ser creíble hasta que los precios de los productos y materias primas de primera necesidad tengan precios razonables. Es una mentira cochina que mientras que siga la crisis, las cosas estén razonables de precio. Aquí no ha bajado nada, y se ve más a las claras ahora con las fiestas navideñas. Lo que sucede es que la luz y el gas deberían ser suministros sagrados. Es durísimo sacar a colación que unos ancianos en su vivienda no puedan poner en invierno la calefacción, temerosos de que no tendrán dinero para pagar a la compañía correspondiente del gas la próxima factura. Aunque no hay que ser sexagenario para que también las familias medias lo hagan, y de las pobres, mejor ni hablo. En este bendito país siempre se repite la historia de que hay que salir a la calle para saber lo que vale un pan. Si se hiciera más, sería imposible semejante anuncio de una subida de luz del once por ciento. Antes de ella, durante, y después de contarse la subida, no está nada claro, no se sabe qué pasara, y el cabreo de lo caro que está todo va en aumento. ¡Manda huevos!, que como son y están las cosas, haya multinacionales empeñadas en poner patas abajo a los ciudadanos para quitarles de sus bolsillos hasta el último céntimo de su maltrecha economía personal o familiar. Alucinante, pero cierto.