Debo vivir en uno de los países donde más cara sale la factura de la luz. Que llegue el invierno y muchos españoles no puedan encender la calefacción, por el alto coste de pagarla, tiene delito. Entramos ahora en algo que se llama nueva facturación eléctrica, que está muy bien para la gente con insomnio porque ahorra poniendo la lavadora a las tres de la mañana. El inconveniente es que, según sea la edad y tecnología silenciosa del electrodoméstico, puede contribuir a un excesivo ruido nocturno que altere (para mal) el merecido descanso del vecindario.
Habría que enumerar y detallar las cuestiones, pero el caso es que nuestro país tiene mucho de surrealista. Les doy un ejemplo: esta crisis económica. Lo normal es que con semejante bajón familiar de ingresos, pues los alimentos, la energía, el agua y los servicios comunitarios tuvieran unos precios lógicos a la baja. Naturalmente, es todo lo contrario. Durante los años que llevamos en negro y negativo han sido las compañías eléctricas las que no han parado de hacer dinero, amparadas además por un sistema que combina (con el tiempo) cargos políticos con estar en los consejos de dichas macro empresas. Periodísticamente se denomina la puerta giratoria. Pero a mí lo que me interesa no son este tipo de puertas, sino poder pagar el costoso recibo de la luz. Me preocupa igualmente que tantos miles de compatriotas no pasen este invierno tiritando, porque no se pueden permitir encender la calefacción.
Poder o no poder (ser o no ser…) pagar la luz, es lo que realmente nos hace diferentes. Y lo mismo sucede con pago del colegio, de los libros de los niños, de sus clases particulares o extraescolares, y no digamos darse un garbeo de vez en cuando o disfrutar de unas merecidas vacaciones. Muchos, ni sueñan con tener cosas así. ¿Exageración de articulista? No. Sólo tengo que ver mi propia factura de la luz para escribir como lo escribo. También me sospecho que la nueva forma de facturar las eléctricas, lo que realmente se consume en cada casa, tiene más de marketing que otra cosa. Soy humano y me pudo equivocar. En todo caso, el tiempo me dará o me quitará la razón. A más tardar, este invierno y las bajadas de temperaturas, va a ser el auténtico barómetro que indique si va a costar menos que hasta ahora encender la estufa. Hoy por hoy, hay tres clases de ciudadanos: lo que encienden su radiador, los que no se lo pueden permitir, y a los que el desempleo les ha dejado sin esta duda existencial de encender o apagar. Pienso que un país es más pequeño cuanto más cuesta utilizar la energía que se debería distribuir de manera más justa y equitativa.