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LA ENVIDIA SANA

Publicado el 30 de Mayo de 2010 en el Diario Montañés

Dos cosas nos esforzamos en justificar los españoles, aunque nadie nos pregunte: que no somos racistas ni envidiosos. De lo primero, hoy no toca hablar y, lo segundo, forma parte de nuestro respirar constante, en casa, en el trabajo o yendo de copas.  Mayor prueba de tan falsa justificación,  es describir nuestra envidia como sana, que es como venir a decir que es un defecto lógico y normal. Tengo envidia de la casa que tiene fulano, del coche de mengano, del tipo tan estilizado que tiene la compañera de pupitre, o del éxito profesional de… Son los estereotipos más habituales de la envidia que demostramos en forma de críticas. La envidia directa, la que te dicen a la cara, escasea y es menos dolorosa. La que se guarda dentro, es la mala. Tanto, que termina por crearte serios problemas, habitualmente mucho más dentro del ambiente laboral. Los envidiosos deberían tener en cuanta que para dar esquinazo a su vicio, hay que ser ante todo feliz con lo que uno es. Desde Miguel Ángel a Goya, la envidia ha sido también tónica dominante entre las mentes más creativas. Creer que todo lo que piensas y haces es lo mejor, tiene mucho de envidioso y abre la puerta al totalitarismo personal  que se cuela de cuando en cuando en la historia en forma de césares dictadores. El caso educativo más conocido de envidia es el de Mozart y el maligno Salieri. El auténtico genio de la música ha tenido su reconocimiento, y el otro es lo que hoy conocemos como un pelota rastrero, que chupa y acecha permanentemente a la persona imaginativa, ganando (mediante la intriga) lentamente terreno hasta desbancarla de su puesto. Salieri volvería a ser ahora un mediocre, al igual que lo son muchos envidiosos. Los hay que no pueden evitarlo, porque va en su naturaleza, pero no hacen mal a nadie. Los envidiosos amparados en cualquier tipo de poder, son los peores, porque, tarde o temprano, terminan por cobrarse su presa ante el mucho empeño que ponen en cazarla. De los que emparejan su envidia a lo sano, están tan sólo en un escalón mucho más inferior a los auténticamente perversos.

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