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La deshonra de un país enfermo

En una misma semana este país ha vivido pendiente de dos enfermedades graves, bien distintas, como son el ébola y la falta de honradez en la dirección de una caja de ahorros, quebrada por la voracidad y el expolio. Ambos males provienen del contagio, y ambos están pendientes de un antídoto definitivo que acabe con sus secuelas. El ébola mata a personas y la corrupción puede matar los cimientos de solidez democrática, justicia e igualdad de todo un país. Estamos como estamos por la banca, principalmente por las cajas de ahorros, y la gestión personal que se ha hecho de ellas durante años en beneficio de personas concretas. El uso de las tarjetas oscuras, sucias, de compadreo por encima de filiaciones, pone de manifiesto hasta qué punto se puede caer en bajezas, mientras en sociedad te muestras y te jalean como una figura importante, gurú e intocable.

Casi todo en este país es mentira. Las montamos, las engordamos, las fijamos en la mente de los ciudadanos, para luego no quedar en pie ni castillos ni nobles. Pero los que se lo han llevado calentito han contado con la complicidad de sistemas, consejos de administración e incluso de ahorradores. Pagaremos durante años estos desmanes, y los pagaremos los que no hemos pagado con las tarjetas copas, fiestas, muebles, comidas, viajes, coches y compras en el supermercado. La economía del capitalismo tiene estas espirales sucias y rastreras, otras cosas buenas, aunque hay que pechar en demasiadas ocasiones con podredumbres de todo tipo que siempre han existido y seguirán existiendo, hechas a partir de ahora con una nueva ingeniería financiera, que es como se llaman estas maquinaciones.

Dejen que se lo diga: pecamos de tontos y de ingenuos y luego nos pasa lo que nos pasa. No digo que esta vez no se hayan pasado de rosca estafando a viejos, enfermos y poco estudiados, cuyo único pecado había sido amasar unos cuantos miles de euros para la jubilación con el trabajo, esfuerzo y sudor de toda una vida. Dar paso a este negro capítulo de preferentes, tarjetas opacas, estafas y ruina de cajas, sólo se puede pagar con la devolución de lo usurpado y con la cárcel. Sólo así nos quedaremos medianamente satisfechos, hartos ya de tanta deshonra como cae cada día sobre los hombros de este viejo país, cada vez menos glorioso por el olor a estercolero que se impone por encima de sus calles y edificios.

 

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