Gracias al grupo musical Gabinete Caligari y en especial a su canción de 1989, “La culpa fue del chachachá”, comprendemos mejor cuando hoy se quiere buscar excusa a lo obvio y echamos la culpa, si es necesario, al empedrado. Su letra dice esto de “la culpa fue del chachachá, sí fue del chachachá, que me volvió un caradura por la más pura casualidad”. No deja de ser una respuesta distorsionada (manipulada, si les gusta más) ante un problema, porque para hablar de comunicación, lo primero: hay que hacerla, lo segundo: hacerla bien, y lo tercero: ponerle normalidad, cercanía y simpatía a lo que puedas llegar a contar como antesala de algo que va a ser noticia.
Casi todo está inventado y la comunicación es así, ¡como el fútbol! Al igual que una buena canción, la comunicación siempre tiene que motivar. Me refiero a que tiene que provocar sensaciones y no dolor en quien ve, escucha o lee una noticia, y la principal labor del emisor o de quien gestiona su comunicación es provocar que esas sensaciones sean positivas. Quien padece altanería, arrogancia, soberbia o autosuficiencia, quien es antipático por naturaleza, no lo tiene nada fácil con la comunicación. ¡Nunca va a llegar, ni mucho menos convencer! Jamás entenderé como alguien con estos problemas se hace rodear de supuestos profesionales de la comunicación que odian a los periodistas y a sus organizaciones profesionales. Más tarde o más temprano, se recoge lo que se siembra: calabazas.
Hay que sentir todo aquello que tenga que ver con comunicar mejor, para hacer llegar un mensaje nítido a los ciudadanos, que es de lo que se trata. Se nos puede decir perfectamente “estamos muy mal”, pero a renglón seguido hay que asegurar que “nos vamos a levantar, vamos a salir de esta, y tendremos que ayudar a las familias peor paradas”. Tomar medidas impopulares, y al tiempo enumerar todo tipo de pesimismos, es de suspenso en cualquier escuela política y no digamos de comunicación institucional y corporativa.
Especialmente en las tertulias, en los últimos años he visto también cómo se ha mezclado la comunicación con malas personas, bastante inhumanas, y por supuesto falsas y no honradas, a tenor de donde están ahora que es la cárcel. Querer cerrar o silenciar a los medios, mientras les estás pidiendo un buen trato informativo, es igualmente una gran hipocresía. La comunicación debe ser el chachachá diario: ¡¡¡Marcha!!! Por supuesto que los medios tienen sus tendencias y preferencias, pero no hay peor cosa que una organización determinada elija a un deleznable comunicador para representarla. Me da igual hablar de política, de empresa que de una asociación sin ánimo de lucro. Por cierto: la comunicación tiene un gran componente de relaciones públicas. Quien no cae bien, porque además no quiere caer bien, no debería ponerse jamás frente a un micrófono o una oficina de información, a no ser que se represente sólo a él o ella. Para los nuevos en la materia, voy a concluir con una observación. Hay tres maneras de ser un buen comunicador. Por don natural, porque te organizas y te apoyas en un plan de comunicación predeterminado que tiene que dar a la postre buenos resultados, o porque te sabes rodear de un profesional que te sitúa en lo más alto de la pirámide desde la que se observa todo lo relacionado con la opinión pública. Quien quiera comunicar bien, que antes tenga claro en cuál de los tres casos se encuentra. Lo demás, no sirve, y está abocado al fracaso.