Las dictaduras y falsas democracias regidas por generales y presidenciables eternos, tienen el enemigo más temido en las declaraciones que contradicen sus corruptas decisiones. Con la crisis, los ciudadanos somos más tocapelotas, léase paro, los lunes al sol de los jóvenes, lo que cuesta la luz y el gas o todo, todito, todo, más caro. O lo de Kiev: un aviso de la nueva guerra fría nacida por el gran abismo que separa la riqueza de la necesidad. Unos gobiernos caen y otros llegan, pero la honradez y la honestidad deberían ser banderas de los gestores políticos de aquellos países en dificultades sociales, y de los que ahora más se habla. Ucrania era un caso claro. Riqueza sin límites de una oligarquía vinculada al poder, y un pueblo en busca de democracia, de elegir su propio destino junto a Rusia o la Unión Europea, y anhelante de justicia social y oportunidades. La música suena, ¿cierto? Desde la calle se contradecía al poder. Pero es que cuando además se juntan todas las necesidades a la vez, un país puede reventar para cambiar el rumbo de su historia. Desde Kiev se dio la voz de alarma,. Como de costumbre, Europa no se entera, Estados Unidos se ata las manos, y Rusia sigue en las suyas de tener vecinos forzados a serlo, aunque no quieran. Vale de diplomacias en las que no quiero perderme, cuando las noticias se encuentran al asomarse por la ventana y ver a una muchedumbre hastiada del poder.
Desde la Plaza de la Independencia de Kiev se ha trasladado al mundo restante que siguen siendo inviolables los derechos de la persona, sus ideales, y la necesidad de contar con su participación activa cuando se trata de los destinos de su propio país. Atrás quedaron pasajes de una historia negra en muchos periodos de imposiciones, guerras, bloques y dictaduras ideológicas, sociales y económicas. El avance y la caída de muros han contribuido sustancialmente a la mejora de una ciudadanía, que, a pesar de ello, no pasa hoy por sus mejores momentos en trabajo, seguridad, juventud, vivienda, sanidad, educación, ecología, energías y asistencias sociales. Los ciudadanos ucranianos han contradicho a su gobierno en muchas de estas conductas, que han terminado en la habitual historia de un presidente que vivía a cuerpo de rey mientras el pueblo padecía auténticas necesidades. La crisis, como mantengo, ha cambiado cuestiones en la sensibilización general. Las explosiones sociales visualizan en directo la rabia contenida, la provocación de una injusticia tras otra, y realzan mediante el clamor los derechos y libertades secuestrados en muchos casos por discursos presidenciales que no se cumplen. ¡Ojito a lo que pronto se terminará llamando el efecto contagio de Kiev!