Publicado el 1 de diciembre de 2009 en el Diario Montañés
No es la primera vez ni la última que en cualquier programa de televisión o de radio se interrogue al relevante invitado para que de el precio exacto de una barra de pan (yo mismo me he preocupado de saberlo a la hora de escribir este artículo, entre 70 y 75 céntimos, sin contar los establecimiento chinos). Una pregunta así, unida a otras de similar naturalidad, es lo que se denomina estar al día respecto a los problemas cotidianos de la calle. “Hola María, ¿cómo estás?, le dice una amiga al toparse con otra en la cola del supermercado de barrio. “Yo bien, Lucía, pero muy preocupada, cada día más; no hay manera de que mi hijo encuentre trabajo y se abra camino en la vida”, contesta la preguntada. “Hay que ver cómo está todo, ¡hija!; tenía 70 euros en la cartera y ya veremos si me llega para pagar”, se queja amargamente Lucía. En la calle se habla de paro, del alto coste de la vida y de estirar bien hasta final de mes el sueldo de quien lo lleva a casa. Se habla de hipotecas, de esperar un tiempo a comprar el piso, de no perder el que tienes, y de previsión de cambio para que todo vaya mejor. Entre salir más a la calle o hacerlo menos, está la diferencia creo yo en comprender mejor lo que pasa por la cabeza de los ciudadanos (cántabros) en medio de este mar de crisis.
Expectativas. Al sacar hacia fuera las preocupaciones y angustias propias, los ciudadanos buscamos expectativas. En muchas ocasiones (demasiadas), el negro sobre blanco que conforman las noticias se pierde en banalidades, asuntos carentes de un interés real, y polémicas que no tienen que ver con los problemas que se tratan a pie de calle, y que no van a suponer por ello solución alguna para que todos vivamos un poco mejor. La cesta de la compra y las piruetas que muchas familias tienen que hacer mes a mes, queda lejos de ese runrún cotidiano que ofrecen las grandes declaraciones sobre temas estériles. Es normal, el pueblo como se acostumbra a denominarnos (¡y a mucha honra!) sentimos preocupación por lo más cercano a cada uno de nosotros “El trabajo en el taller escasea; fulanita, ¡que pena!, se ha quedado en paro, su marido está enfermo y no trabaja, y tienes tres chiquillos a los que alimentar”. Más de lo habitual: “ahora resulta que la empresa que iba a comprar la fábrica donde trabaja el marido, se ha echado para atrás, y la incertidumbre no nos deja dormir”. La última de una larga lista: “de los estudios que pensaba dar a los chicos, ahora mejor lo repienso y espero, porque ya no sé realmente lo que me va a deparar el día de mañana”. Son conversaciones habituales, en todo caso reales, que se producen en una sociedad como la nuestra que aún no ha despertado del mazazo en toda la cara que ha supuesto y supone la crisis. Ayer vivíamos a todo ritmo, y hoy miramos más las etiquetas de las cosas para saber de antemano lo que valen. Los comerciantes de cualquier pequeño establecimiento no son menos y también lo notan. Llevan unos meses que para qué contar… Deseo con toda mi alma que tengan unas buenas Navidades y unas mejores rebajas de enero, porque los autónomos tampoco comen de las grandes declaraciones de intenciones y necesitan vender algo.
Pisar la calle es ver sus obras, y cómo se hacen todas a la vez. A primera hora, en el coche, se mezclan noticias y tertulias, pero uno va pensando en sus cosas. Son las más importantes, me refiero a las ansiedades propias. En el atasco, las preocupaciones se mezclan con la noticia (escojo una al azahar) de que Europa ya tiene Presidente y Ministra de Asuntos Exteriores. Me va a costar tiempo quedarme con los nombres, pero tampoco estoy ahora para eso, porque yo formo parte de la calle. Leo que los comedores sociales se ven desbordados y dice el último informe de Caritas que se ven personas que acuden a estos maravillosos centros de solidaridad, que nunca antes habían visto por ahí. Vestidos correctamente, y con maneras que demuestran una reciente e intensa vida laboral que se ha esfumado como si nada, toman su menú diario, para seguir después con el estómago lleno la caminata de reencontrar nuevamente la senda de su vida perdida. No todo es economía. En la calle se habla también mucho de la juventud, del botellón, de por qué tienen que hacer los chavales determinadas cosas que tanto les perjudican. La educación, la mala educación en este caso, nunca pierde actualidad en las conversaciones callejeras. “Antes había más respeto”, le dice un padre a otro. Añado yo que con la buena gente de la tercera edad, muchos no tenemos perdón. Han dado todo a la sociedad y luego la sociedad les paga con el olvido. En todo caso, hay de todo en cualquier día en la vida de Cantabria y sus 102 municipios.