En cierta ocasión escribí que unas oposiciones no garantizan por sí mismas la educación y correcta atención siempre que hay que responder a un ciudadano que se acerca a una ventanilla o a una institución para solucionar algún asunto puntual. También es de cosecha propia el consejo editado de que los funcionarios extremen su amabilidad y consideración, mediante respuestas adecuadas y suficientes, un lenguaje comprensible y esperas cortas cuando se habla por teléfono. Todo esto lo relaté en diciembre del año 2004, pero mira por donde recobra una actualidad total, porque la queja sobre el funcionamiento y silencio de la administración resulta irritante para los ciudadanos. No es para menos. Una persona con cara de amargada y malas maneras, no puede trabajar de cara al público. Otro tanto digo sobre que mandes una petición, carta o solicitud de información, y que ya no vuelvas a saber por nunca jamás que fue del escrito. Actuar así, que se hace mucho, es tener en contra ya para siempre al redactor del folio que nunca tuvo contestación.
Como no todo queda a la actuación del funcionario de turno, la ley debería exigir responder siempre, dentro de un plazo determinado y lógico, a las peticiones ciudadanas. Quizás no tenga mucho que ver con el trato pero sí con la forma. Me refiero a cuando empresarios y emprendedores que quieren serlo se vuelven locos de tantas y tan diferentes gestiones que tienen que hacer en las administraciones (y lo digo, a propósito, en plural). ¿No será mejor hacer todo el trámite en una sola? En nuestra forma de ser- país, nos va mucho complicar las cosas. Hay que hacer realidad que estamos en el siglo XXI; que la administración por Internet sea verdad y no sólo de boca; que puedas tramitar cualquier cuestión a través de ordenador, pero sin perder nunca de vista que hay muchas personas que prefieren acudir en persona a las oficinas administrativas y aprecian sobre manera ser recibidas con un ¡buenos días! (¡hola!) y despedidas con un ¡adiós!