Publicado enel Diario Montañés el 30 de agosto de 2012
Me exaspera la muerte de cualquier animal, y más a manos de mentes diabólicas que gozan con infringir daño terminal a otros seres humanos que creen menos fuertes al homo sapiens. Ya tenemos leyes protectoras, pero cambiar las costumbres es otro cantar, y por eso no dejan de acaecer atrocidades de gran calibre como la última del envenenamiento por furtivos de 33 salmones y 30 truchas en el río Pas, a su paso por Puente Viesgo. Quizás porque vean defensa fácil, los exterminadores no temen a la persecución y consecuencias legales y económicas, ya que de otra manera no serían tan continuas en el tiempo las brutalidades con los animales. El hecho escandaliza en el momento, pero el tiempo lo cura todo. Pasan los días, y no es como la paliza brutal en un callejón oscuro que lleva a un sujeto al hospital y que trata de esclarecer la Policía. Sean salmones u osos, lamento decir que somos más permisivos con este tipo de crímenes, que no sacan a la gente a la calle para pedir
justicia para nuestros salmones y truchas tan preciados.
Tampoco tenemos una lista informatizada de los depredadores como hay en otros supuestos delictivos. Esa larga ficha de maltratadores de animales podría poner prontamente sobre la pista a la Guardia Civil, al tener antecedentes los que esquilman nuestra naturaleza
y matan a nuestras especies. La educación ambiental está muy bien, pero también hay que contar la cara y cruz, y ponerle rostro a los que se cargan porque sí o para hacer negocio todo lo que nace o crece a nuestro alrededor. Informes y rechazos están muy bien, pero no bastan. ¡No!, porque seguirá pasando si no cortamos de raíz, y eso que acabo de utilizar una expresión que también atenta contra la protección de la naturaleza. Cuando decimos “vender la piel antes de cazar el oso”, estamos utilizando un lenguaje maligno. Porque de ahí se propaga también el odio e infravalorar lo que supone nuestra fauna y flora.