Es el propio sistema el que ha propiciado que la crisis haya calado totalmente entre la juventud española. Tienen los ánimos por los suelos, en paralelo a que es prácticamente imposible que encuentren un trabajo, y muchos se debaten entre quedarse y esperar mejores tiempos, o hacer la maleta en busca de las oportunidades que les niega su propio país. El mayor problema de la grave crisis española se llama desempleo juvenil, y es que cuando no hay trabajos que ofrecer a los que empiezan su vida laboral, difícilmente te puedes plantear soluciones mejores cuando te quedas en el paro a los 30, 40 o 50 años. Es una cruda realidad de digerir, que se plantea casi siempre con medias verdades, exageraciones en los datos de mejora, y una preocupación paterna que crece en la misma medida a la rabia de haber proporcionado a unos hijos la mejor educación posible, y, a cambio, no van a recibir, aquí, nada. Alemania, Canadá, Inglaterra, DubaI y más de un país latinoamericano, quieren quedarse con muchos de los ingenieros, investigadores, médicos, maestros y demás profesionales que hemos formado con mucho esfuerzo familiar y público. No se entiende tirar la toalla respecto a quienes hemos preparado, y van a dar lo mejor en otros países diferentes al nuestro.
Una nación que se queda paulatinamente sin sus jóvenes, difícilmente podrá afrontar retos importantes en un futuro a corto, medio o largo plazo. Hablamos de no poder contar con las nuevas generaciones. Esas generaciones en las que depositamos lo mejor que vayamos a hacer o tenga que suceder en años venideros. Se ve que nuestra juventud quiere a la España que les vio nacer, pero está totalmente contrariada y descorazonada a la hora de hablar sobre ella. Por si no fuera bastante, los pocos trabajos que salen tienen los nuevos sueldos surgidos de una crisis profunda que no atina para nada con respecto a mejorar la igualdad de oportunidades. Siguen ganando los de siempre, los que nos llevaron a este caos, sin dar la más mínima oportunidad a las nuevas ideas y sugerencias que brotan de la brillantez de jóvenes cabezas. Quizás sea otra consecuencia que se pretendía, para que las cosas nunca cambien, y siempre asistamos a un mismo escenario de hechos consumados en el mundo que conocemos: los ricos, ricos; los pobres, pobres; los afortunados, afortunados y los desafortunados, desafortunados. Aunque yo creía que la radiante juventud siempre estaba por encima de las viejas costumbres de siempre. Soy un iluso.