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Insultos a la mujer en los campos de fútbol

¡Naaa, si este país, como tantas otras cosas, no es machista! Es la tele la culpable de sacar los gritos de los energúmenos machistas que le cantan a su jugador agraviado que él no tiene la culpa de nada, que es ella la que ella la liante de sus magulladuras y dolores. Este país ha perdido el carro de mantener los derechos de las mujeres al mismo nivel que el de los hombres. La crisis ha empujado también a ello, pero también son menos las voces políticas y sociales que avisen de que se está produciendo todo un terremoto entre los más jóvenes y la mala opinión que tienen sobre la igualdad de sexos.

Cuando oyes lo que oyes en determinados campos de fútbol acerca de cómo se falsea lo que es violencia de género, te da ganas de reclutar obligatoriamente a todo este pelotón de insultadores para dos cositas. La número uno, que no vuelvan a entrar jamás al campo para ver los partidos de su equipo. Y dos: atropellarles todo lo que sea necesario con la palabra, la tolerancia y la buena educación, para imbuirles del respeto que hoy no tienen por sus semejantes, especialmente si son mujeres.

A mí no me la dan. Cuando se palpan estos comportamientos, el ambiente del que te rodeas es un caldo de cultivo, para en este caso el machismo. ¿Dónde aprende un chaval a pensar y decir que la mujer no debe cobrar lo mismo que el hombre, o que, como está la cosa de mal, mejor que trabajé él y que ella se dedique a sus labores? En su casa, en su colegio, en su instituto, en su pandilla y también con los que te sientas en fútbol. No vale ya eso de ¡lo siento!

Se necesita un gran escarmiento contra el machismo y por la erradicación de la violencia de género. Se necesita recuperar el tren de la igualdad en este país. Ahora, no lo hay. Avala mi radical aseveración que son continuos los insultos, las mofas, las ofensas a los que se suman ahora estos agravios en los campos de fútbol. Apoya también mi tesis los últimos estudios sobre nuestra juventud, y el papel de la mujer frente al hombre, dentro de una relación que asusta en determinados comportamientos, y que denotan un aumento en la sumisión de una parte de la pareja. Criticar lo ajeno, cuando tenemos lo que tenemos en casa, ¡ya nos vale! Aunque ya sabemos que aquí no somos ni machistas, ni racistas, ni… ¡Ya!

 

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