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Incluso sin acuerdos, las cumbres tienen más sentido que nunca

Todo el dinero para la OTAN mientras las cumbres de la ONU por el desarrollo y mejor conservación del planeta se quedan con las buenas palabras. Trump es ya el enemigo número uno de las grandes organizaciones internacionales, caso de la de la OMS (salud), que lleva a África las vacunas necesarias. Estados Unidos cree que pone el dinero para todo, sin tener en cuenta su control absoluto sobre el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Mientras se retira de organizaciones necesarias, anhela quedarse con los recursos ajenos. Es todo tan anómalo como que Trump pida el Nobel de la Paz.

Vamos a resumir las cumbres en económicas, políticas y sociales, a las que luego se le pone un título determinado para concretar de lo que se quiere hablar, debatir y, en su caso, acordar. Su existencia, es decir, que se conozcan, tiene todo que ver con que interese a los Gobiernos y, de ahí, los medios de comunicación las difundan de manera intensa y global. Por eso dos de las más recientes, como han sido la cumbre de la OTAN (2.000 periodistas acreditados) y la de Desarrollo Sostenible de la ONU (500 periodistas) han llegado al público con total nitidez. Ambas son contrapuestas del todo, y el envite lo ha ganado la primera, la de la Alianza, ya que los principales líderes del mundo, incluida España, han decidido gastar el dinero en armas, en vez de impulsar el desarrollo de los países más pobres y necesitados.

Naciones Unidas es considerada la organización de ayuda humanitaria más importante del mundo. Nació un 24 de octubre de 1945 en la ciudad norteamericana de San Francisco. Uno de sus objetivos es lograr la cooperación global. Ochenta años después de aquel alumbramiento, esto de la solidaridad con los pobres, y a instancias de Donal Trump, ha tornado en aranceles. Más aranceles para quien se porte mal con Estados Unidos o el propio presidente norteamericano, y menos o ninguno con quien más le siga la corriente y diga sí a todo, sin el menor atisbo de crítica alguna, que ya vemos lo que le ha pasado a Elon Musk, pasando directamente del poder que da la Casa Blanca al rincón de pensar.

No digo que la ONU lo haya hecho del todo mal, pero el siglo XX no zanjó lo del hambre, y seguimos arrastrándolo para tiempo en este nuevo milenio. Fíjense que hay estimaciones que cifran en 10 millones las oenegés que existen, gran parte de ellas dedicadas a la ayuda, y están en las mismas con un problema que se agranda al ritmo que aumenta la población mundial, cuantificada ahora en más de 8.000 millones de habitantes. De los 195 países registrados por Naciones Unidas, se calcula que 123 están estancados en la pobreza, y un buen número de ellos se localizan en África. El país más pobre del continente americano es Haití. El de Europa, Ucrania, en guerra, invadida por Rusia. De África, Burundi. De Asía, Afganistán, y de Oceanía, Kiribati, del que jamás había oído hablar.

“Los principales líderes del mundo, incluida España, han decidido gastar el dinero en armas en vez de impulsar el desarrollo de países pobres”

La cumbre de la OTAN de La Haya, para dos horas y media de duración, ha costado 183,4 millones de euros. Por bastante menos dinero ha salido la cumbre de Desarrollo Sostenible de la ONU en Sevilla. Tres millones a cargo del Gobierno de España y dos para el ayuntamiento sevillano. En esta última hubo además 12.000 representantes de todos los países, lo que es bueno si anteponemos la necesidad actual de diálogo que hay entre los diferentes bloques internacionales.

Por eso tienen tanta trascendencia estos y otros encuentros, que pueden generar críticas por falta de acuerdos realmente necesarios, o por tomar iniciativas que incrementan la tensión ya de por sí alta (Rusia, Estados Unidos, China, Israel, Irán, Corea del Norte…). De todas formas, es innegable la necesidad imperiosa de más cumbres en las que reunir a todas las partes, y tratar de enderezar la mala situación actual debido al vertiginoso incremento de guerras, enfrentamientos, y adopción de medidas unilaterales, sin escuchar a nadie, como hace a diario Donald Trump.

Por cierto, el presidente norteamericano pretende el Nobel de la Paz. Si ya lo recibió Barak Obama, a pesar de sus guerras con Irak y Afganistán, no es de extrañar la petición trumpista. No sé si llegaré a verlo, pero, de ser así, apelaré a esa frase que dice que se pare el mundo que yo me bajo. Esta expresión se popularizó durante las protestas de mayo de 1968 en Paris.   Curiosamente, el Mayo Francés surgió de la necesidad de lograr más derechos individuales, y hoy asistimos a una época en la que los mandatarios toman decisiones que chocan frontalmente con esas libertades adquiridas con tanta lucha civil, tal es el caso de la libertad de expresión.

El regreso de Trump ha cambiado todo el escenario mundial, especialmente sobre organizaciones colectivas. Para mal, ha puesto el ojo en la ONU, OTAN, Organización Mundial de la Salud (OMS), Consejo de Derechos Humanos, Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional o la Organización Mundial del Comercio (OMC). El magnate metido a político cree que el país que preside lo paga todo, algo que es absolutamente rebatible si tenemos en cuenta lo que acaba de imponer en la OTAN. Trump quiere el Nobel y deja a la OMS sin recursos suficientes para poder paliar el incremento de hambrunas o la mortalidad infantil en África o Asia. Casi todos los grandes organismos mundiales han estado siempre creados o dirigidos por Estados Unidos. Además del Consejo de Seguridad de la ONU, controla el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Por lo tanto, es un gravísimo error la política actual impuesta desde la Casa Blanca, de ningunear y abandonar todo aquello que cree está influido por Rusia y China.

Dado su basto poder económico, resulta difícil abrir nuevos caminos de financiación, en el sentido de lo que ya no quiere aportar EEUU lo hagan otros países. La política que sigue la Casa Blanca es contagiosa en casi todos los aspectos: emigración y deportaciones, rearme, involucrarse en conflictos, crear enemigos a futuro o regresar a un proteccionismo que deja indefensos a los países más pobres, que en cambio suelen ser los que más recursos mineros y energéticos aportan. Esto último vuelve a ser lo que más interesa a Washington. Desde las tierras raras de Ucrania, al petróleo y gas de Oriente Medio, pasando por todo lo que aún hay por explotar en África o Iberoamérica. De la mejora en las vidas de los habitantes de estas zonas, ya no interesan las cumbres que lo impidan, pero es algo que la humanidad no debe permitir.

“Trump quiere el Nobel y deja a la OMS sin recursos suficientes para poder paliar el incremento de hambrunas o la mortalidad infantil en África o Asia”

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