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Ideales pisoteados

Mezcla de bicho raro y tío listo, me he propuesto cumplir condena de no ver ni leer nada que tenga conexión con los personajes de cartón piedra de este país, abanico que va desde Blesa a la Preysler. A la postre, tienen más notoriedad pública que los hombres y mujeres que han hecho algo relevante con sus trayectorias y, a cambio, en el final de su carrera, les terminan dando una patada en el culo como acaba de hacer el Real Madrid con Iker Casillas. Esta es la gran diferencia que me hace despreciar a los soplagaitas frente a quienes se mantienen fieles a los soportes vitales del esfuerzo: a saber, dos: el trabajo y la honestidad.

 A los soñadores, constantemente les pisotean sus ideales porque en el mismo cauce por donde discurre el chanchullo, el compadreo y el enchufe, nuevamente se intenta dar carpetazo a la corrupción, como el gran cadáver putrefacto de hedor insoportable. No es una cuestión que fluya solo por las cloacas del Estado; es que cuando nos dimos cuenta de que estaba por todas partes, alguien de muy arriba dio la orden de frenar en seco y que se dejara de hablar y de escribir de corruptos y sus corruptelas. La corrupción ha levantado campamentos en demasiados frentes como para que sea algo soportable de manera continuada. Ya no veo tanto ímpetu al respecto en los tertulianos televisivos, ni tampoco en los radiofónicos ni opinadores de los digitales. ¡Malo!

 Quienes pensábamos en la regeneración tenemos el morro hinchado del portazo que nos han dado en plena cara. Además de la corrupción, el problema estriba en la mentira, los subterfugios y los intereses de unos y de otros que se mezclan como los vasos comunicantes en la sangre humana. Una vez más en la historia de nuestra democracia asistimos a otro momento “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”, que dijo un antiguo rey y también, tras una nueva cita electoral, al “¿qué hay de lo mío”. Sí ha habido un cambio apreciable en las últimas elecciones que proviene del concepto de si quieres algo desde dentro, tienes que presentarte a las elecciones y ganar concejales y otros escaños. Esto irá a más en el futuro, porque, tras el voto, llega siempre la decepción.

Un periodista  me llamó el otro día “roussealiano”, de Rousseau, que fue aquel que dijo que el hombre es bueno por naturaleza (añado a favor de la igualdad que la mujer también). De entrada no comprendí si me llamó tonto o listo, pero luego lo comprendí. La democracia y todas las actuaciones que se acometen diariamente en nombre de ella duelen. Duelen las corrupciones, los exagerados impuestos, los sueldos escuálidos, los recortes sociales, la juventud parada, el tira y afloja con Grecia, el actuar de ciertos medios de comunicación politizados y, por supuesto, el hambre, la necesidad y los desahucios. Lo que está a los ojos de cualquiera, es en cambio definido de una manera distinta dependiendo el grupo social o político en el que se integre el interés de cada cual. Sus explicaciones pueden llegar a convencer, aunque a mí no. No, porque ahora comprendo que me llamen “rousseliano”, si he hecho propósito de enmienda de que me importe un bledo lo que le pase a La Pantoja y a Belén Esteban, siempre y cuando el sistema, sus poderes y representantes no se decanten, como hacen, más por el vodevil que por los problemas reales y palpables de los ciudadanos de a pie. En resumen, que tenemos lo que nos merecemos.

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