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HUEVO FRITO CON PATATAS

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Tiempo atrás, cuando estábamos hasta el culo de no comer bien por culpa de esa cocina de mentiras que te pone en el plato un trozo de solomillo del tamaño de un dedo índice, pedías en un restaurante un huevo frito con patatas, y te miraban mal. La crisis dejó vacíos los antes rebosantes comedores, y levantar cabeza hoy supone escribir a La Sexta para que le encargue a Chicote que pase a montar el pollo a dueños y cocineros y, de paso, les sirva para sentar clientes en sus abandonadas mesas. Las reservas en los reputados restaurantes se han esfumado en España, porque la comida rápida, barata y apestosa se ha impuesto, a euro la hamburguesa. Cuando sale una de estas hamburguesas por la tele, se te cae la baba de gusto, y cuando la ves de verdad, se te cae el alma a los pies, con ascos incluidos. El huevo frito con patatas, ¡mira tú por dónde!, es plato dominante ahora sobre el huevo de estilo marciano que pueda inventar  Ferran Adrià, y que seguro llegaría a costar cincuenta euros pieza, sin saber por qué coño sacas la lengua y te relames los labios.

El huevo frito con patatas se hace caro de ver hasta en los comedores de los colegios, muchos de ellos abiertos en verano por el hambre de los chavales con dificultades económicas en casa, y por un gobierno que está con el aborto, venga a ir y venir de Bruselas, pero que no se plantea que el cola-cao con galletas tras el despertar diario de los niños, es más importante que cualquier otra cosa en el mundo. España va mal por todo lo sabido, incluida la amoralidad, pero también por la soberbia que nos caracteriza. Hay que saber nadar para salvar a los millones de náufragos que tenemos a la deriva, y que encima han tenido hijos. Parece que su culpa es doble: quedarse en paro y cargar con descendencia. Aunque para nada es así. El hambre no sabe de ideologías, y el cocinero que no atina a freír un simple huevo con patatas, no debería coger nunca el mango de una sartén. Cualquier comparación de esta historia con la realidad, seguramente es sólo producto de su imaginación, y de estómagos vacíos de niños y mayores que crujen de hambre.

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