La valoración excesiva de uno mismo ha estropeado tradicionalmente lo que debieran ser unas relaciones normales entre semejantes. “Está encantado de haberse conocido”, solemos decir del que exterioriza habitualmente que es tonto de solemnidad. Donde más abunda esta especie es en la tele. Su día preferido para aparecer en pantalla es el sábado por la noche.
Últimamente me tropiezo de manera frecuente con el ego. Casi no existen los lugares donde el ego campa a sus anchas: la política, el periodismo, las artes, la cultura, la empresa y también todo lo demás. Dentro del Guinnnes, aún no hay record para el egocentrismo, pero todo es ponerse a ello. Estoy convencido que una madurez que conduzca a la educación y al respeto no tiene parangón. El tonto crece en ambientes propicios para la palmada interesada en la espalda. El siguiente peldaño es que te lo crees. Con una huelga permanente de egos nos iría mucho mejor. Recordemos aquello que se cacareaba al principio de la crisis: debemos remar todos juntos para salir de este atolladero. Jamás se hizo algo semejante como hacer un trabajo anti crisis, todos unidos.
El individualismo dentro de un país es un cáncer. A diario te topas con gestos individuales que denotan estupidez. Solo aquí y pocos sitios más se puede prometer algo frente a un micrófono, que luego jamás se va a cumplir. Sólo aquí y pocos sitios más, no existirá exigencia de cese o dimisión a quienes mienten a sabiendas de que lo hacen. Puede que mucho del sufrimiento que hemos visto en estos últimos años fuera evitable. Puede que las cosas habría que explicarlas con rigor, en razón de su gravedad o trascendencia. Los egos personales, con lo que no casan en absoluto, es con millones de situaciones en que se ha perdido todo. ¿Y ahora qué? Es la pregunta del millón para quien ha de volver a empezar de cero. ¿Qué me espera? Se dicen así mismos los jóvenes que se plantean en este mismo instante marcharse. Ellos no saben de egos; ellos no creen en promesas vacías, ni pueden esperar eternamente a que suene la campana de la suerte en forma de un trabajo, que en ocasiones tocan por tocar tontos impregnados de un ego que entorpece la prosperidad del colectivo. Nos harían un favor a todos si los que se marcharan del país fueran ellos, los encantados de haberse conocido.