Artículo publicado en el Diario Montañés. 24 de junio de 2012
¡Qué leches nos pasa a los cántabros cuando triunfa o se va para siempre uno de los nuestros, y no tenemos el coraje de reconocer masivamente en público sus méritos! Acaba de pasar con Manolo Preciado, persona nacida aquí, gran futbolista, entrenador carismático y mejor persona, como si abundarán virtudes juntas tan notables. Me da coraje la apatía que mostramos en momentos puntuales, tiempos decisivos, con los éxitos de personajes destacados, e incluso en los homenajes en vida, que faltan igualmente en el momento de la defunción. Con los de cierta edad ya no hay cura posible, pero esto no se puede dar en generaciones presentes y futuras de cántabros. Muy al contrario, han de comprometerse con su entorno social pasando a participar en todo lo que sucede bueno y malo para Cantabria.
Las que siguen son palabras que duelen pero no buscan herir: muchas veces no estamos a la altura de las circunstancias. Pasa con reconocer los méritos de nuestra gente triunfadora; sucede con la ovación pública de cuando fallece un ilustre de la tierruca, y ni siquiera reconocemos a los que viven fuera, y poseen unos méritos excepcionales en las ciencias, las artes, la economía y demás. Antes son reconocidos por otros países y regiones que por el lugar que les vio nacer. Cuando nos damos, somos únicos, pero hasta que llega ese momento, se suceden demasiados olvidos que terminan en el mal sabor de los que se sienten desatendidos. Tampoco vale que destaquemos primero lo ajeno que lo propio. ¡Es que los vascos, los asturianos, gallegos y catalanes son un ejemplo de tirar para lo suyo! Pues hagamos lo mismo. Empecemos de una vez por todas a hacernos notar por el saber estar a las duras y a las maduras. Lo de Manolo Preciado no es precisamente de ejemplo, porque hay que mostrar el cariño a su ausencia con los aplausos públicos en vez de interiorizarlos.