Cada vez que se produce la alternancia en el poder de la derecha y de la izquierda, alumbra un cambio en el modelo educativo. Surge así una nueva ley de educación que sumarse a las que ya se redactaron con anterioridad, tuvieron mala vida y, lo peor, generaron un descontento general que desembocó en algo que de habitual se habla en este país, sin solución a corto plazo, como es el fracaso escolar. Los hermanos con cierta diferencia de edad (no mucha) pertenecen a uno u otro sistema de educar, casi siempre con nombres que parecen sacados de la nomenclatura de fabricación de piezas para electrodomésticos, como las siete leyes educativas de la democracia española: LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, y, ahora, la LOMCE. Con cada cambio, los chavales cargan la mochila con nuevos libros, y los padres gastan más en la educación de sus hijos. El desperdicio de textos y su posible uso, al menos, por los hermanos de una misma familia, es rechazado por cualquier cabeza humana, menos por las encargadas de poner sensatez al sistema educativo.
El esperpento va en aumento cuando está a punto de aplicarse la última ley parida y son un montón de comunidades autónomas, que ahora tienen otro signo político diferente al gobierno redactor de la ley, se oponen a aplicarla. No lo hacen por ahorro o coherencias, lo hacen por motivación política que es de lo que va esto de crear una ley tras otra de educación y no dejar reposar una de una vez por todas, porque se ha hecho y aprobado por consenso de todos. Esta situación lo dice todo sobre lo mal que se educa en este país, y las consecuencias que pagan luego los estudiantes a quienes, de remate, se les dice que cuando acaben sus estudios se marchen a otro país porque en el suyo no van a tener oportunidades de trabajar.
Cambiar cada dos por tres la Ley de Educación ya vaticina de por sí que, salvo excepciones muy concretas, en este país es muy difícil ponerse de acuerdo en todo. Hemos tenido una crisis económica durísima porque cada cual se ha empeñado en ir por libre aportando ideas (la mayoría peregrinas) para superarla. Así nos luce el pelo en porcentaje y millones de parados. Así son los contratos de trabajo que se están haciendo, con número de horas y pago que suena a chiste si no fuera porque no hay más donde rascar. Y así son más cada día los convencidos en que su futuro está en Inglaterra, Francia o Alemania, en vez de en el país donde ha estudiado y se ha formado. Mejores o peores, de lo que no hay duda es que tienen otra idea de la educación, afianzarla, respetarla, hacerla seria y duradera, sin estar con tanto cambio a la nada como se hace en España, camino ya como estamos de la novena ley educativa a nada que haya un nuevo Gobierno de diferente color político.