Si el desarrollo industrial estiró hasta lo imposible la diferencia social (se habla nuevamente de hambre), las nuevas tecnologías y el individualismo van de la mano a la hora de ver la vida a través de pantallas, pero no mediante la relación cara a cara. Cuando se mezclan situaciones por la crisis, a que encima organicemos nuestra vida pidiéndolo todo de manera remota, aunque sea un SOS de ayuda, me entran escalofríos. Tendemos a perder el calor de una conversación o encontrarse a alguien conocido en una cola de reclamaciones.
La nueva sociedad que impulsa todo lo tecnológico, como está concebido, es injusta, pija y, sobre todo, sobre todo, muy fría. Si no tienes metido en el móvil el wasap, aguantarás ser definido como zoquete, y si aún no has comprado por Internet, parecerá que te quedaste petrificado en otra época, como formando parte del lienzo de la “Rendición de Breda”, de Velázquez. No deja de ser curiosidad tan chocante, que alguien que domina el lenguaje, la educación e incluso la elegancia, pide ayuda permanente para hacer algo tecnológico al joven de los dedos ágiles con el e-mail, pero con el que no puedes hablar en cambio sobre la debilidad económica actual de Rusia, porque antes de que le explicaras que su potencial es el gas, pensaba que en Rusia siguen los Zares.
Futbolistas, hackers de ordenadores, diyeis de discoteta y la nueva vida de exclusivas en televisión del Pequeño Nicolás, son los zares de estos locos tiempos, donde casi todo lo que se dice al cabo del día es una mentira a la postre. Lo que genera ciertamente una relación mediante chips es el abandono de las personas. Esta crisis ha sido sólo un primer aviso. Quienes más padecen sus secuelas son los mayores pero también los jóvenes cuya mayor aspiración es tenerlo todo dentro del móvil. Unos y otros importan lo justo, mientras consuman. Si algo hay que conocer sobre todos los cambios que se nos imponen, es que hay que estar preparados para saber reaccionar cuando no te hacen ni puñetero caso y te abandonan como el cero a la izquierda que se puede llegar a ser. Triste realidad contra la que sólo cabe saber pensar, saber hablar y contar con la suficiente personalidad y educación como para subsistir en una sociedad que, hoy por hoy, se empeña en no quererse y en abandonarse a la suerte personal que tenga cada uno.