El poder siempre se ha apoyado en tener sus secretos a buen recaudo y en conocer cuantos más mejor de todos los demás. Julián Assange, que vive en la embajada de Ecuador en Londres por contar secretos inconfesables de Estados Unidos en su web Wikileaks, mantiene también lo mismo que yo: “toda institución reposa sobre una montaña de secretos”. Ahora bien, eso de querer saberlo todo de los demás, desde lo que hablamos por el móvil a lo que escribimos por correo electrónico, se ha salido de madre. Observados todos por ese gran hermano que es el espionaje indiscriminado, hoy en día ya no se cumple siquiera esa máxima de Assange acerca de que existen secretos inconfesables, como es el historial médico de cada uno. A los que salen por la tele y lo cuentan todo sobre su vida, ¡que les den!, pero que te de igual ser discreto porque te van a espiar sí o sí, atenta contra lo más elemental de nuestra libertad individual. Países, empresas, porteras y vecinos se dedican de forma profesional o accidental al arte de espiar. Evitar el mal ha sido siempre la gran excusa para que se te fuera la mano y meterte también en el salón-comedor de familias normales y corrientes, a ver de qué hablan.
¿Por qué quieren saber todo los estados de sus ciudadanos? La pregunta no tiene una sola respuesta, dependiendo del país que se trate, y de que lo mande una democracia o un dictador. Pero hete aquí que en ocasiones no hay diferencias en hacer las cosas el tirano que el congreso parlamentario, porque espiar es a fin de cuentas igual en Estados Unidos que en Corea del Norte. La tendencia desde la atalaya del poder es ver a los ciudadanos como números de la seguridad social, y el expediente en Hacienda. La discreción es un valor en alza en toda sociedad que se precie y, ahora también, en toda casa que se precie. No es que puedas elegir ser discreto: es que te permitan ser discreto sin poner sobre ti el ojo que todo lo observa y lo deja grabado en el disco duro que es la Inteligencia y los Servicios Secretos de tu país. Siempre habrá flecos de la pregunta “¿por qué quieren saber de mí?” que no pasarán del desconcierto. Las ideas y los pensamientos propios es lo que peor llevan las escuchas sobre todo y sobre todos. La democracia aún no está preparada para cumplir todo lo que se dice en los discursos de la ONU, aunque no entenderé jamás que lo más sagrado de uno mismo, como es su expediente médico, puede estar también grabado en el disco duro de un país de los muchos que se dedican a tener información personal sobre todos y cada uno de nosotros.