Este año deberíamos trabajar en exclusiva para salir de la crisis y bajar el paro, pero estamos estancados en la corrupción generalizada. Apagas un fuego y se enciende otro. No deja de ser una forma surrealista de hacer política diaria, que luego se traslada en forma de mal rollito a la calle. Lo que pensamos y la impotencia que sentimos los españoles ahora es lo que realmente importa. Estamos hasta el tuétano de todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Las respuestas a los escándalos son vacías y las caras que explican ante las cámaras los casos corruptos no
son creíbles. Las estrategias de respuesta a los periódicos que sacan los escándalos son malas de solemnidad. Tampoco es cuestión de hacer resumen de todo lo que está sucediendo, porque quien menos parece importar en toda esta suciedad y basura es la indignidad que se extiende como la espuma entre los ciudadanos.
Incluso hay políticos de base que se revelan como indignados, porque no quieren pertenecer a organizaciones políticas donde hay miembros que se están enriqueciendo a manos llenas. ¿Qué es sino la aparición de 22 millones de euros en una cuenta suiza por parte de un ex tesorero y senador? Es demoledor para una ciudadanía angustiada, con seis millones de parados, con todo tipo de recortes y con un consumo en la UVI porque se exige más a la población de lo que recibe y puede gastar. Eso sin contar que cada vez parece menos que Hacienda somos todos. Los que tienen una nómina, son mirados con lupa por el fisco, pero no tenemos la misma sensación con las grandes fortunas ni tampoco con el dinero negro que circula, tan protagonista ahora de la actualidad política, empresarial, e incluso de mucho más arriba, por el caso Urdangarin. El ambiente es irrespirable, y estamos ya hasta las mismísimas narices de respirar los hedores de tanta mierda que sale de la cloaca que es la corrupción.